Cuando hay un impulso, un deseo, y
la persona no es capaz de satisfacerlo, aparece entonces
lo que en Psicología llamamos frustración. Que se
manifiesta como un estado de vacío o de anhelo
insaciado.
El proceso de madurez no es más
que una larga carrera de obstáculos. A lo largo del
desarrollo vital nos encontramos con numerosas barreras
que impiden o dificultan la realización de nuestros
deseos e impulsos.
La auténtica madurez se consigue
cuando asumimos nuestras limitaciones. Cuando sabemos
convivir con las frustraciones producidas ante
acontecimientos insuperables. Cuando nuestras metas y
objetivos se asientan sobre un plano real, relegando
nuestras fantasías al campo de la ensoñación, sabiendo
en todo momento que no somos dioses ni superhombres.
Muchos problemas vienen del mundo
de las frustraciones que desencadenan en las personas
comportamientos agresivos tanto hacia el exterior como
hacia el interior, transformando al individuo en un ser
antisocial o autodestructivo.
Una persona puede sufrir heridas
psíquicas como consecuencia de un acontecimiento o
situación que influye de forma negativa en su vida.
Algunos acontecimientos de la vida pueden marcarnos de
manera decisiva ya sea por la intensidad de ese
acontecimiento ya sea porque se trate de alguien
psicológicamente débil.
Por ejemplo, un desengaño amoroso
puede hacer que una persona cambie de actitud respecto a
las personas del sexo opuesto, puede producirse un
distanciamiento afectivo o cierta desconfianza a la hora
de plantearse la posibilidad de una nueva relación de
pareja.
Los traumas pueden producirse a
cualquier edad, aunque quizá la edad más frecuente sea
la infancia y la juventud ya que son los periodos en los
que personalidad no se ha configurado aún y cualquier
acontecimiento puede influir de forma más decisiva.
Tampoco hay que pensar que
determinados acontecimientos, como agresiones,
humillaciones, abandono o pérdida, producen traumas de
manera inevitable. La misma situación, puede influir de
manera muy diferente en dos personas. Por ejemplo un
suspenso puede motivar a un muchacho para estudiar más o
cambiar su método de estudio, y puede también
desmotivar por completo a otro que pierde la confianza en
su capacidad para conseguir cosas por sí mismo.
De una experiencia dolorosa, unas
personas aprenden, reflexionan y obtienen conclusiones
positivas que les hacen por ejemplo más flexibles,
tolerantes e incluso fuertes. Otras, sin embargo, se
hunden y no ven salida.
SILVIA
BAUTISTA
Publicado en MadridSureste,
Abril de 1.998