A veces es difícil alejarse
de personas negativas, simplemente porque forman parte de nuestra
familia y las tenemos forzosamente que frecuentar.
Sin embargo, el secreto para liberarse de esta pesada carga no es
tratar de evitarla, sino aprender a no involucrarse emocionalmente en
las discusiones, tratar de mantenerse frío, distante, indiferente,
mostrándose reservado pero atento, teniendo en cuenta que a la mayoría
le gusta hablar más de sí mismo que escuchar lo bien que le va al otro,
aunque sea su propio hijo, su marido, su madre o hermano.
La envidia no respeta relaciones de parentesco, al contrario, la
gente más peligrosa puede vivir en la misma casa y ser de la misma
familia.
Esta afirmación se basa en estadísticas policiales; los asesinos
siempre son personas que la víctima conocía, un pariente, un amigo
cercano, un socio, pero muy pocas veces, casi nunca, un desconocido.
Los vínculos patológicos llenan los consultorios de los psicólogos,
crean culpa, resentimientos, odios y son fuente de infelicidad, de
frustración y de dolor.
No sólo nos envidian o celan los parientes más cercanos sino que pueden convertirse en nuestros encarnizados enemigos.
La rivalidad entre hermanos está en la Biblia representada por Caín y
Abel, en el principio de la humanidad; y la relación patológica entre
padres e hijos fue tema de una tragedia griega que inspiró a Freud su
teoría del complejo de Edipo.
Ni hablar de los conflictos de intereses, herencias, propiedades,
bienes que pueden llegar a convertirse en verdaderos dramas y terminar
en un derramamiento de sangre.
Destacarse demasiado en una familia es algo que muchos parientes no perdonan, principalmente cuando son mediocres.
Los mediocres se consuelan de sus fracasos con la teoría de que en
este mundo sólo tienen éxito los acomodados; y ese razonamiento les
sirve para justificar su mediocridad y para no esforzarse.
El hecho de que alguien cercano sea exitoso y le vaya bien pone
evidencia la propia inoperancia y desvirtúa la filosofía nihilista de
que nada vale la pena.
Lo que nunca puede funcionar es intentar un acercamiento y mostrarse
condescendiente con esas personas, porque solamente se recibirán
desplantes y desprecio, y se estará reforzando la idea de que se es
superior.
Poner la otra mejilla o estar siempre a la defensiva también es difícil en estos casos porque no da ningún resultado.
Lo mejor, es poner cara de pocker, que es la que no revela ninguna emoción, como si no estuviera ocurriendo nada.
La indiferencia le quita al adversario el placer de continuar la
embestida y lo desalienta, porque lo que está buscando con el
enfrentamiento es una reacción, ver sufrir al otro por algo ya que no
puede evitar que en su vida sea feliz.
No es fácil tampoco permanecer indiferente frente a los insultos y la maldad, pero siempre va a ser peor involucrarse.
Solamente el dominio de uno mismo puede hacer que un intento de agresión se extinga en sí mismo al no encontrar ningún eco.
Una respuesta neutra, no hostil, como algún monosílabo, o una palabra
inocua que no exprese nada, puede calmar la violencia del atacante.
Las personas proyectan en quienes tienen más cerca sus propios
defectos y limitaciones, pero son incapaces de verse a sí mismos.
Tienen mucha fortaleza para agredir y ofender y creen tener poder, pero
no es la fuerza la que gana sino la inteligencia.
No abandonen sus sueños por más palos en la rueda que traten de
impedirles avanzar, porque no son los otros los que nos hacen fracasar
sino somos nosotros, porque el peor enemigo siempre es uno mismo.
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