En el año 1977, Emily Dale, psicóloga y catedrática norteamericana,
realizó una investigación, a pedido del entonces presidente Jimmy
Carter, para conocer en qué medida los padres se ocupaban de sus hijos.
El resultado de este estudio fue que la mayoría les brindaban a sus hijos sólo 38 segundos por día.
Es posible que esa cifra, actualmente sea aún más alarmante; porque
el papel de los padres se ha reducido a la tarea, cada vez más difícil,
de ganar dinero.
Sin embargo, la presencia del padre en una familia sigue siendo
imprescindible, necesaria y útil tanto para la madre como para la
identificación, formación y el cuidado de los hijos.
El padre, como parte responsable del acto reproductivo, representa
el complemento ideal para la madre, el apoyo para su fortaleza y el uso
de la razón, cuando la emoción perturba su discernimiento.
En el mundo animal, el instinto de unión de los padres con sus hijos no se establece a la hora del nacimiento sino más tarde.
En algunas aves, la hembra trata de atraer al macho al nido para que la ayude después que los polluelos rompen el cascarón.
Para conseguirlo lo seduce nuevamente reconstruyendo el nido, que después de los nacimientos queda bastante maltrecho.
En la mayor parte de las aves no existe una forma más eficaz de seducir al macho como la de reconstruir el nido.
Esta conducta de la hembra parece hacerle recordar al macho los tiempos felices pasados con ella e impulsarlo a volver a él.
En el momento en que escucha el sonido del alegre piar de los
polluelos, es cuando le surge al macho el instinto de alimentarlos y
protegerlos; y también el deseo de permanecer fiel a la hembra.
Se puede inferir, en función de este proceder instintivo, que los
hijos afianzan la relación de los padres y contribuyen a unirlos.
En algunas especies de peces, el instinto paternal se despierta
rozando con los labios cada uno de los huevos que salen de la madre.
Esto no impide que existan especies animales en las que las hembras
se bastan solas para criar a sus hijos y que los padres no tengan
oportunidad de sentir ningún instinto paternal.
En estos casos, las hembras, ni bien tienen cría, se ponen agresivas contra los padres superfluos y los echan del nido.
En los cisnes, el padre tiene una tarea de guarda y vigilancia y nada
más; pero si la hembra muere, curre algo asombroso, de inmediato el
padre se hace cargo de todo y sustituye a la madre en forma perfecta.
Quiere decir que el macho conoce muy bien el trabajo pero que sólo lo practica si es necesario.
Existen especies de aves en que la hembra sólo pone los huevos y el
resto del trabajo lo hace el macho, como construir el nido, incubar los
huevos, hacer todas las tareas domésticas, y enseñarle a los hijos,
mientras las hembras casi no tienen contacto con ellos, y sólo
intervienen en su defensa cuando están en peligro.
La distribución de las tareas entre el padre y la madre, desde el
punto de vista racional parecería ser más ventajosa para todo el grupo
familiar. Pero la naturaleza tiende a priorizar la supervivencia de las
especies, de manera que cuando la hembra no se ocupa de nada, se siente
impulsada a ir a poner otros huevos en distintos nidos.
Esta conducta se justifica porque los machos suelen ser más numerosos
en una colonia, debido a la mayor mortandad que sufren las hembras,
víctimas de los depredadores.
Es indiscutible que una madre en la naturaleza, es mucho más difícil de sustituir que un padre.
Tal vez, el origen de la mayor responsabilidad que recae sobre las
hembras provenga de remotas épocas, cuando el macho, debido a su mayor
tamaño y fuerza se encargaba de las tareas más peligrosas y riesgosas y
las hembras, de una constitución más pequeña eran más sedentarias.
La realidad es que en la raza humana, la tendencia femenina se
orienta hacia los trabajos hogareños y el cuidado de los niños, y esta
característica, aunque parece estar cambiando, es evidente que sigue aún
arraigada en la raza humana.
Fuente: “Calor de Hogar”, Vitus B. Dröscher.