Freud utiliza esta palabra para explicar las actividades humanas
relacionadas con el trabajo y la cultura, como el arte y la
intelectualidad, que parecerían no tener relación con la sexualidad pero
que él considera podrían utilizar la energía de las pulsiones sexuales
cuando son sublimadas.
La sublimación de una pulsión sexual según este autor, consiste en
derivar la energía sexual, no hacia un fin sexual, sino hacia fines
socialmente aceptables, valorados por la sociedad. Es a esa
particularidad de la fuerza sexual de reemplazar el fin sexual por otro,
la que Freud denomina sublimación.
Sublimación deriva del término sublime, que significa en el arte,
grandeza, majestuosidad, elevados pensamientos, mientras en el ámbito de
la química representa el proceso en el cual un cuerpo sólido pasa al
estado gaseoso.
Es cuando el deseo sexual no manifiesto se transforma en la
posibilidad de la realización de una obra artística, en un estudio
científico, un descubrimiento o cualquier otra actividad considerada de
gran valor para la sociedad.
El impulso sexual concede a la cultura su enorme poder en función de
su singular capacidad de desplazar su fin específico hacia otra función
con la misma intensidad.
Freud no explica claramente si la energía aportada por la sexualidad
puede ser desplazada a todas las demás tareas humanas de adaptación,
como un trabajo común, cualquier pensamiento, la recreación o el ocio, o
si el impulso sexual es capaz de derivar su fuerza solamente hacia
tareas artísticas o intelectuales valoradas socialmente.
La sublimación afecta principalmente a aquellos impulsos sexuales que
no llegan a integrarse definitivamente a la genitalidad adulta, ya que
es de la represión de los elementos perversos del sexo de donde proviene
la fuerza para el trabajo cultural.
Para explicar el mecanismo de la sublimación, Freud parte de dos
supuestos: el primero es la teoría del apoyo de los impulsos sexuales
sobre los impulsos de autoconservación.
De la misma manera en que los trastornos funcionales de la
alimentación, de la visión, etc. pueden vincularse con la sexualidad,
esas mismas vías deberían ser útiles al individuo normal; para sublimar
la energía de su impulso sexual hacia objetivos elevados no sexuales.
En el estudio realizado por Sigmund Freud sobre Leonardo da Vinci, se halla implícita esta hipótesis.
Luego de introducir en su doctrina el concepto de narcisismo, Freud
propone el segundo supuesto: para que la actividad sexual sea desplazada
hacia otra actividad, necesita tiempo para que la líbido se retire del
yo, se desexualice y pueda ser susceptible de ser desplazada hacia
actividades no sexuales. Esta líbido desexualizada es la que se
transforma en sublimada.
Melanie Klein observa que la sublimación tiene la tendencia de
reparación del objeto que ha sido deshecho por los impulsos
destructivos.
Freud consideraba muy importante para el resultado del tratamiento de
un sujeto, su capacidad de sublimación, pero no aclaró concretamente
cómo interviene.
También habló sobre la posibilidad de sublimación de las pulsiones agresivas, tema al que posteriormente le dedicó atención.
Aunque el concepto de sublimación es utilizado frecuentemente en la
literatura psicoanalítica y constatado en la práctica clínica, no existe
una teoría coherente aún que lo sustente.
Fuente: “Diccionario de Psicoanálisis”, Laplanche y Pontalís, Editorial Labor, 1971