Hasta ahora hemos visto que la revolución social no ha producido en ningún lugar del mundo un cambio fundamental en el hombre.
Si deseamos un verdadero cambio en la sociedad es necesaria una revolución interior.
En una sociedad corrupta, como sabemos que existen, tiene que
haber cambios, pero si el hombre individual sigue siendo corrupto en su
actividad, trascenderá cualquier forma de sociedad que se instale, por
perfecta que sea.
Creemos que no es posible cambiar y entonces, aceptamos las cosas
como son y es así como nos volvemos deprimidos y confundidos. Sin
embargo cambiar es posible sin demasiado esfuerzo y sin violencia.
Si somos conscientes a cada momento del día, de la hipocresía, de
las contradicciones, de los engaños, a la noche no tenemos que hacer
balance alguno. En nuestro cerebro, que registra todo, no quedará
ningún residuo que nos inquiete y que no nos deje dormir, por lo tanto
cada uno de nosotros estará produciendo orden, porque los procesos
mentales del día han sido resueltos tal cual son, sin dejar nada
pendiente para interpretar o cambiar; y ya no quedará lugar para
analizar nada, porque el análisis no es la salida.
Cuando sufrimos un dolor, ese dolor se registra si lo asociamos
con experiencias del pasado que nos han hecho sufrir y cuando vuelve a
producirse lo seguimos registrando y ese recuerdo continúa.
En cambio, si ese dolor lo observo de modo completo como algo
nuevo, no se registrará como una herida, como cuando lo comparo con mis
pensamientos, ya que de esa manera me sentiré herido por el resto de mi
vida.
Cuando estamos completamente atentos a cada experiencia y la observamos, desaparece el conflicto.
El pensamiento salta de un tema a otro, interpretándolo,
analizándolo, modificándolo, porque pensar es recordar conocimientos,
experiencias del pasado; por lo tanto no es libre.
Ese pensamiento proyecta desde el ayer lo que debería ser el mañana, sin ver el hoy, y entonces hay conflicto.
Cuando nos ocurren experiencias felices queremos repetirlas porque
nos produjeron placer, por lo tanto nos aferramos al pasado y planeamos
para el futuro. De esa manera es imposible ver lo nuevo.
El miedo surge entonces, por las experiencias del pasado y pensar
en ellas alimenta el miedo. El suceso pudo haber terminado pero
seguimos cargándolo a cuestas al pensar en él.
Por lo tanto, el pensamiento alimenta tanto el placer como el dolor y se torna completamente irracional.
Nosotros nos hemos vuelto conciencias fragmentadas. Un yo que
desea lo que todos desean y otro yo diferente que somos nosotros mismos.
Vivir cada momento con la mente completamente libre de cualquier
forma de resistencia, nos permite ver las cosas tal cual son, no
comparando, no analizando, no interpretando en función del pasado. De
esa manera la vivencia se convierte en algo mucho más importante que la
experiencia.