"La alegría de hacer bien está en sembrar, no en recoger."
El teatro fue uno de los primeros medios que desde épocas muy
antiguas vendió emociones. La gente se deleitaba viendo sus propios
problemas emocionales reflejados en escena, sintiéndose identificada,
aunque se tratara de pura ficción.
Volvían a sus hogares reconfortados al saber que no eran los únicos
que sufrían relaciones difíciles, carencias afectivas y económicas,
frustraciones, necesidades y conflictos; y que también había otros que
tenían las mismas dudas y miedos o que sentían la misma confusión,
tristeza o desesperanza.
El teatro desde siempre reflejó particularmente la tragedia del
hombre, de ser o no ser, de querer y no poder, de desear y no alcanzar y
de tener reinventarse todos los días de su vida en la constante
búsqueda de si mismo.
El cine fue marcando cada época haciéndose accesible a mucho más
público, incentivando el patriotismo en tiempos de guerra y ayudando a
empezar de nuevo al recuperar la paz, así como lograban hacerlo los
protagonistas en las películas.
La ficción que tiene una mayor respuesta es la que conmueve
emocionalmente al público, la que los hace sentir identificados y les
brinda la oportunidad de ver los caminos alternativos que transita el
héroe.
La pantalla chica necesitó acercar la cámara a las imágenes y
agrandar los acontecimientos para poder captar el interés del público,
al no poder monopolizar toda la atención del espectador, como lo hacía
el cine, por tener que compartirla con los estímulos del entorno.
Los programas televisivos de mayor “rating” son los que estimulan las
emociones de los espectadores. La vida íntima de los artistas se
vuelve pública y todos hacen leña del árbol caído, poniendo todos sus
esfuerzos en llevar agua para su propio molino y conservar sus trabajos.
Vemos hasta qué punto es capaz la gente de hacer pública su manoseada
intimidad para aparecer en pantalla y la oportunidad de lograr sus
cinco minutos de fama.
Los libros de autoayuda, ayudan y venden porque, a su manera, son
accesibles y terapéuticos y permiten tomar conciencia de los errores y
de los fracasos en todos los ámbitos, debido principalmente a los
problemas emocionales que perturban la vida de la gente.
Hay que aprender a controlar las emociones, porque si no lo hacemos son ellas las que nos controlan.
El movimiento de la “Nueva Era”, inspirada en prácticas espirituales
orientales que invadieron América en la década de los años sesenta,
inundó el mercado con bibliografía relacionada con la sanación
espiritual, el valor del pensamiento positivo, del control emocional y
del desarrollo de la autoestima.
El concepto de inteligencia emocional se extendió a todos los ámbitos
de la sociedad, instalándose en el campo educacional, terapéutico y
empresarial, como una herramienta útil para el control de las emociones y
el logro de los objetivos personales.
Los nuevos recursos psicológicos exceden el campo terapéutico y
abarcan el área espiritual, y el discurso sanador es utilizado para
curar el alma.
Sin embargo, a pesar de toda esta avalancha de competencia tratando
de rescatar a los seres humanos perdidos, la psicología clínica pudo
salvarse de la extinción y todavía su labor sigue siendo preferida y
reconocida; aunque mucha gente tenga mayor acceso a la información, que
antes permanecía entre las cuatro paredes de un consultorio
Lo que antes para un terapeuta representaba años de trabajo analítico
para descubrir, hoy en día se hace en un solo programa de televisión,
donde nadie tiene reparos en vaciar su interioridad sin ningún
escrúpulo, si tiene la posibilidad de conmover al público lo suficiente
como para continuar más tiempo frente a las cámaras.
Una psicoterapia siempre resulta operativa y puede dar buenos
resultados, aún con el peor de los psicólogos; por lo tanto, cualquier
otra forma de discurso terapéutico que movilice ansiedades y satisfaga
la necesidad emocional del público consumidor, puede ser válida y
producir algún nivel de transformación.
Vivimos en un mundo desfachatado o bien la gente se ha liberado de
los fantasmas que intentan torturarlos y puede en forma mediática
deshacerse de ellos.
Esta posibilidad hoy tiene un precio y está a la venta por cualquier medio que despierte el interés del público.