Un individuo raras veces inicia un esfuerzo altamente creativo en un
campo determinado antes de la edad de los cuarenta años. El hombre
medio alcanza el período de su mayor capacidad para crear entre los
cuarenta y los sesenta años. Estas afirmaciones se basan en análisis
de miles de hombres y mujeres que han sido observados con todo
cuidado. Deberían ser estimulantes para todos aquellos que no han
logrado llegar a donde querían antes de los cuarenta años, así como
para quienes se sienten asustados a medida que se aproximan a los
cuarenta y ya se sienten «viejos». Por regla general, los años que
median entre los cuarenta y los cincuenta suelen ser los más
fructíferos. El hombre debería aproximarse a esa edad no con
temeroso temblor, sino con esperanza y con expectativa avidez.
Si usted desea pruebas de que la mayoría de los hombres no empiezan
a realizar su mejor trabajo hasta la edad de cuarenta años, estudie
los datos de los hombres de mayor éxito, y descubrirá esas pruebas.
Henry Ford no empezó a lograr grandes cosas hasta que pasó de los
cuarenta. Andrew Carnegie ya había cumplido cuarenta años cuando
empezó a cosechar la recompensa de todos sus esfuerzos. James J.
Hill aún seguía manejando un telégrafo cuando tenía cuarenta años, y
sus estupendos logros los alcanzó después de esa edad. Las
biografías de muchos industriales y financieros estadounidenses
demuestran que el período que media entre los cuarenta años y los
sesenta es la edad más productiva del hombre.
Entre los treinta y los cuarenta, el hombre empieza a aprender (si
es que aprende alguna vez) el arte de la transmutación del sexo.
Este descubrimiento suele ser accidental, y el que lo descubre suele
ser totalmente ajeno a su descubrimiento. Es posible que observe que
su poder de logros ha aumentado hacia la edad de treinta y cinco
años o cuarenta; pero, en la mayor parte de los casos, no está
familiarizado con la causa que ha producido ese cambio; esa
naturaleza empieza a armonizar las emociones del amor y el sexo en
el individuo, entre los treinta y los cuarenta años, de tal modo que
la persona puede usar esas grandes fuerzas, y aplicarlas unidas como
estímulos para la acción.