La lectura es uno de los mejores hábitos que existen y que hay que fomentar en los niños y en los jóvenes.
Entrar en esas librerías que afortunadamente todavía existen, que
venden a cinco o diez pesos libros usados, o saldos de impresión de
libros nuevos que superaron la etapa mercantil y que terminaron
vendiéndose al por mayor, más por su peso específico que por su
contenido literario, suele ser una aventura para todo buen lector.
Se encuentran verdaderos tesoros si nos atrevemos a internarnos en esa maravillosa maraña de libros y aprendemos a mirar.
La lectura puede transportarnos a cualquier parte y nos puede describir vivencias que se pueden llegar a experimentar como si fueran propias.
Los libros nos sirven para conocernos mejor a nosotros mismos.
Encontramos proyectados en las narraciones de los libros nuestras
preocupaciones, nuestros miedos, nuestras dudas y por lo general nos
sentimos identificados siempre con alguno de los personajes,
brindándonos la oportunidad de vivir otras vidas y ensayar la propia.
Nuestra imaginación es capaz de recrear situaciones, escenas,
rostros, estados emocionales con toda fidelidad a través de una buena
lectura.
El proceso mental que requiere la lectura es más exigente que el ver
proyectada esas mismas imágenes en el cine o en la televisión, donde
todo aparece masticado y digerido y donde prevalece más la
espectacularidad que el contenido.
Emmanuel Kant, (1724-1804) famoso filósofo nacido en un pequeño
pueblo de Alemania, llegó a ser una celebridad por su extraordinaria
lucidez de pensamiento, sin embargo era un hombre muy metódico y
rutinario dedicado por completo a su trabajo.
La gente del lugar lo conocía porque pasaba todos los días a la misma
hora para ir a la Universidad a dar clases; y era tan puntual que
verlo a él era lo mismo que consultar el reloj.
Era un lector muy minucioso y un afamado escritor de ensayos
filosóficos. Su libro “Crítica de la razón pura” lo hizo famoso, y
aunque nunca dejó su tierra natal, podía describir cualquier país con
todo detalle, como si hubiera vivido allí muchos años.
La lectura, además de transmitir conceptos, o historias, nos emociona
y muchas veces nos inspira. Ese libro, el que nos llegó al corazón, es
el que seguramente recomendaremos y no olvidaremos y hasta nos puede
cambiar la vida.
Por otra parte, el acto de leer incrementa el vocabulario, mejora la
ortografía, aumenta la información, perfecciona la manera de hablar y
estimula la imaginación
Leer tiene que ser un placer y no una obligación. Es inútil querer
inculcar a alguien que nunca leyó un libro la satisfacción por la
lectura, sencillamente porque no le gusta, no le interesa y puede tener
preferencias por otras actividades que un buen lector puede desconocer
totalmente, como los deportes, la música, o el teatro.
Solamente se puede transmitir el placer que uno siente al leer e
introducir a la gente en el mundo de los libros dándole la oportunidad
de elegir lo que les gusta.
Lamentablemente, el sistema educativo tanto primario como secundario
exige la lectura de determinados libros con carácter obligatorio, a
veces escritos en castellano antiguo, que son verdaderas torturas para
los lectores novatos.
Esta experiencia devastadora termina con las buenas intenciones de
cualquiera y convierte en remota la posibilidad de fomentar el hábito
de la lectura en los jóvenes.
Sin embargo, es necesario que sepan que eso no es todo, que existen
libros maravillosos dignos de leer, que pueden lograr incorporarse a
nosotros y transformarnos.