Este salmo es
acróstico, es decir, alfabético, pues cada dos líneas sucesivas se
comienza por una letra del alfabeto hebreo, excepto en los VV. 7, 20 y 34,
en que se agrupan tres líneas bajo una sola letra, y en otras tres
ocasiones en que son cinco las líneas que se agrupan bajo una sola letra
(vv. 14, 15; 25, 26; 39,40). En este salmo de exhortación sapiencial,
David, I. Nos prohíbe impacientamos ante la prosperidad de los
malvados (vv. 1, 7, 8). II. Nos aporta muy buenas razones para
ello: 1. El carácter escandaloso de los malvados (vv. 12, 14, 21, 32), a
pesar de su prosperidad; y el carácter honorable de los justos (vv. 21,
26, 30, 31). 2. La inminente ruina de los malvados (vv. 2, 9, 10, 20, 35,
36, 38) y la salvación y preservación con que los justos están protegidos
de todos los malvados planes de los impíos (vv. 13, 15, 17, 28, 33, 39,
40). 3. La especial misericordia que Dios tiene reservada para todos los
buenos y el favor que les dispensa (vv. 11, 16, 18, 19,22-25,28,29,37).
III. Prescribe muy buenos remedios contra el pecado de envidiar la
prosperidad de los impíos y anima grandemente a hacer uso de dichos
remedios (vv. 3-6,27, 34).
Versículos 1-6
1. Se nos precave
aquí contra el descontento ante la prosperidad y los éxitos de los malhechores
(v. 1): «No te impacientes... ni tengas envidia... » Podemos imaginarnos que
David se había predicado a sí mismo esta exhortación. No hay sermón que tenga
tantas posibilidades de llevar fruto como el que nos hemos predicado antes a
nosotros mismos. Cuando miramos en derredor nuestro, vemos el mundo lleno de
malhechores y obradores de iniquidad que prosperan y tienen éxito en sus
negocios. Esto nos tienta a impacientamos y tener envidia, como si Dios hiciese
la vista gorda al permitir que tales hombres prosperen florecientes. Estamos
tentados a tener envidia de la forma en que se enriquecen, aun cuando lo hagan
por medios ilícitos, y de los placeres de que disfrutan; hasta llegamos a desear
el sacudirnos el freno de la conciencia para disfrutar también nosotros de los
mismos placeres que ellos. Pero si miramos hacia delante con los ojos de la fe,
no hallaremos motivo para envidiar la prosperidad de los malvados, pues su ruina
está ya a las puertas (v. 2). Florecen, sí, pero como la hierba, de la cual
nadie tiene envidia, pues pronto se marchitarán. La prosperidad material es algo
que se desvanece rápidamente, como la vida terrenal a la cual está confinada.
2. Se nos aconseja
luego vivir una vida de confianza en Dios; esto nos preservará de impacientamos
ante la prosperidad de los malhechores. Si buscamos el bien de nuestra alma,
hallaremos pocos motivos para envidiar a quienes tanto mal procuran a su alma.
Tenemos aquí tres excelentes preceptos y tres preciosas promesas:
(A). Hemos de poner
en Dios nuestra esperanza en cuanto al camino del deber; así hallaremos en este
mundo consuelos y ventajas que el pecado no puede dar (v. 3). Se nos pide
confiar en Yahweh y hacer el bien. No podemos confiar en Dios si estamos
inclinados a vivir como nos plazca. Se nos promete que tendremos en este mundo
todo lo necesario para subsistir (v. 3b): «Habita tu tierra y pace en la
fidelidad» (lit.; es decir, aliméntate de las promesas fieles de Dios -v. Is.
14:30). Dios no niega el panal que practica la justicia (v. 25; Mt. 6:33). Hay
quienes leen: «Serás alimentado por fe», del mismo modo que leemos: «El justo
por fe vivirá» (Nota del traductor: el vocablo hebreo emunah significa, en
efecto, tanto fe como fidelidad).
(B) Hemos de hacer
de Dios el deleite de nuestro corazón, y así tendremos lo que nuestro corazón
desea (v. 4). Se nos mandaba (v. 3) hacer el bien, y a este mandamiento sigue el
de poner nuestra delicia en Yahweh, lo cual es un privilegio tanto como un
deber. Y este delicioso deber lleva anexa una promesa: «Y El te concederá los
deseos (lit.) de tu corazón.» No nos promete satisfacer los apetitos del cuerpo,
sino concedernos los deseos del corazón, todo aquello a lo que aspira lo más
íntimo de nuestro ser. ¿Cuáles son los deseos de una buena persona? Conocer y
amar a Dios, vivir para él, agradarle y agradarse en El.
(C) Hemos de hacer
de Dios nuestro guía y someternos en todo a sus direcciones e instrucciones;
entonces, todos nuestros asuntos, aun los que nos parecen más intrincados y
difíciles, tendrán buen resultado (vv. 5, 6). El deber es muy sencillo; y si lo
cumplimos bien, nos facilitará y hará cómoda la existencia misma: «Encomienda a
Yahweh (lit, haz rodar hasta Yahweh) tu camino (esto es, todas tus empresas,
todos tus asuntos)» (comp. 55:22; Pr. 16:3). Así como extendió Ezequías ante
Dios las cartas de Senaquerib (2 R. 19:14; 2 cm. 32:17), así hemos de extender
ante Dios nuestros problemas, asuntos y deseos, seguros de que los dejamos en
buenas manos y satisfechos plenamente de lo que resulte, pues todo lo que Dios
hace está bien hecho. Pero hemos de seguir la Providencia sin forzarla, y
suscribir lo que dice la Sabiduría Infinita sin prescribirle lo que ha de hacer.
La promesa es deliciosa: «El actuará» (lit. hará, obrará). Todo lo que le hayas
encomendado, El lo hará prosperar, si no para tu gusto, ciertamente para tu
bien. El hallará medios de sacarte de tus apuros, de desvanecer tus temores y de
cumplir tus deseos. «Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el
mediodía» (v. 6), es decir, hará que se manifieste que eres persona honesta y
que tus asuntos marchen bien, por muy oscuro que haya sido el cariz que hayan
tomado tus negocios. Si nos esmeramos en guardar una buena conciencia, bien
podemos dejar a Dios el cuidado de preservamos un buen nombre.
Versículos 7-20
I. Aquí se
inculcan y remachan los anteriores preceptos. 1. Estemos tranquilos y seamos
pacientes, si creemos en Dios (v. 7): «Guarda silencio ante Yahweh y espera en
El»; esto es, quédate tranquilo con todo lo que Dios haga, y ten la seguridad de
que todo cooperará para tu bien (Ro. 8:28), aunque no sepas cómo ni cuándo.
«Guarda silencio», no un silencio de resentimiento, sino de sumisión. 2. No
descompongamos nuestras emociones ante el espectáculo de la prosperidad en medio
de la maldad: «No te alteres con motivo del que prospera en su camino (v.
7)...Deja la ira, depón el enojo (v. 8)», al ver que prospera el que hace
maldades; que no te estimule ello a imitar su maldad: «No te excites (lit. no te
inflames) en manera alguna a hacerlo malo»; es decir, no les envidies en su
prosperidad, no sea que te sientas tentado a seguir el mismo camino que ellos
para enriquecerte, o a recurrir a medios violentos para deshacerte de su
preponderancia.
II. Se repiten
y recalcan las anteriores razones.
1. Los justos no
tienen motivo para envidiar la prosperidad material de los malvados (v. 9):
«Porque los malhechores serán destruidos» por algún azote repentino de la
justicia divina en medio de su prosperidad. La condición de los justos, incluso
en esta vida, es, en todo y por todo, mejor y más deseable que la de los
malvados (v. 16). En verdad, lo poco del justo vale más que las muchas riquezas
del impío (comp. Pr. 15:16, 17; 16:8; 28:6), porque viene de mejor mano, de la
mano de un amor especial, no meramente de la mano de una providencia ordinaria.
«Los que esperan en Yahweh heredarán la tierra» (v. 9; comp. v. 11 y Mt. 5:5),
esto es, disfrutarán de las bendiciones incluidas en el pacto. Comenta Arconada:
« Este principio, aplicable al orden personal, familiar, social, nacional e
internacional, pudiera ser aquí una vislumbre de la futura época mesiánica (Mt.
5, 4).» También «se recrearán con abundancia de paz» (v. 11b), de esa paz que el
mundo no puede dar (Jn. 14:27). «Conoce Yahweh los días de los íntegros» (v.
18), esto es, cuida especialmente de ellos por medio de su providencia, aun en
los momentos más amargos y difíciles, que por eso se cuentan aquí por «días»
(comp. Gn. 47:9; Job 14:1), pero tampoco quedará sin recompensa la obra de un
solo día.
2. Los justos no
tienen motivo para impacientarse ante los posibles éxitos que los malvados
obtengan en sus planes contra los justos, ya que:
(A) Sus
maquinaciones se volverán contra ellos, pues terminarán en el fracaso y en el
ridículo (vv. 12, 13). Son orgullosos e insolentes, pero Dios los contempla con
desprecio, pues ve que sus intentos van a quedar fallidos. Los hombres tienen
ahora su día, pero el día de Dios es el que dará el juicio decisivo. (B) Sus
intentos acabarán en su propia destrucción (yv. 14, 15): «Su espada entrará en
su mismo corazón.» Todo lo que ellos han preparado para derribar al pobre y para
matar al justo ( . 14), se volverá contra ellos. (C) Los que no sean
repentinamente quitados de en medio, quedarán inhabilitados para hacer el mal,
pues les serán inutilizados los instrumentos de su maldad: «Su arco será
quebrado» ( v. 15b); más aún, «sus brazos serán quebrados» (v. 17), de forma que
no podrán seguir adelante con sus perversas maquinaciones.
Versículos 2 1-23
1. Qué se requiere
de nosotros como camino para nuestra felicidad. Si queremos obtener las
bendiciones de Dios:
1. Hemos de tomar
conciencia de nuestro deber de dar a cada uno lo suyo, porque «el impío toma
prestado y no devuelve» (v. 21). Esto es lo primero que Dios demanda de
nosotros: hacer justicia (v. Miq. 6:8), dando a cada uno lo que le pertenece.
2. Hemos de estar
prestos a amar misericordia; a todas las obras de caridad, compasión,
beneficencia, etc. (v. 21 b), pues así como es una prueba de la bondad de Dios
el poner el bien en nuestras manos, así es una prueba de nuestra bondad poner
nuestro corazón donde está el bien de nuestras manos, a fin de dar y prestar a
otros.
3. Hemos de
apartamos del pecado y empeñamos en la práctica de una piedad seria y sincera
(v. 27): «Apártate del mal y haz el bien» (com. 34:14; Is. 1:16, 17).
4. Debemos abundar
en buena conversación y usar nuestra lengua para glorificar a Dios y edificar al
prójimo. Es parte del carácter del justo el que su boca derrama sabiduría (v.
30), pues de la abundancia de un buen corazón hablará la boca lo que es bueno y
útil para edificar a otros.
5. Hemos de tener
nuestra voluntad enteramente sometida a la voluntad y a la palabra de Dios (v.
31): «La ley de su Dios está en su corazón.» En vano pretenderíamos que Dios es
nuestro Dios, si su ley no está dentro de nuestro corazón para hacer de ella la
norma de nuestra conducta.
II. Qué se nos
promete, bajo estas condiciones, como ejemplos de nuestra dicha.
1. Que tendremos la
bendición de Dios, y que esta bendición será la fuente dulce y segura de todos
nuestros consuelos y gozos temporales (v. 22): «Los que Dios bendice heredarán
la tierra» (v. lo dicho en la sección anterior).
2. Que Dios
dirigirá y dispondrá todos los asuntos de ellos en la forma que más convenga
para la gloria de Dios (v. 23): «Por Yahweh son afianzados los pasos del hombre
(hebr. guéber, esforzado, guerrero, etc. Aquí, el que se esfuerza en cumplir con
los requisitos del pacto), y El (Yahweh) aprueba su camino.» Señal de esta
aprobación es el éxito que Dios le concede y la protección con que le rodea,
pues le guía paso a paso y así le conserva en continua dependencia de la
dirección diyina.
3. Que Dios le
preservará de quedar tendido en el suelo si cae en pecado o sufre algún grave
apuro (v. 24): «Cuando cayere, no quedará postrado, porque Yahweh sostiene su
mano.» Una persona piadosa podrá caer en pecado, pero la gracia de Dios le hará
recobrarse mediante el arrepentimiento, a fin de que no quede postrado en el
pecado. Podrá, por algún tiempo, perder el gozo de la salvación, pero le será
luego restaurado, pues Dios le extenderá su mano y le levantará por medio de su
Santo Espíritu. Aunque la hoja se marchite, la raíz quedará salva y sana; ya
llegará la primavera después del invierno.
4. Que no nos
faltará lo necesario para la vida (v. 25): «Joven fui y ya he envejecido, y no
he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando el pan.» A pesar
de las muchas vicisitudes por las que puede pasar un hombre ya envejecido, David
declara su personal experiencia, fruto de la observación (no sólo como hombre,
sino aún más como rey interesado por el bien de sus súbditos), de no haber visto
a ninguna persona piadosa y, por tanto, honesta y trabajadora, que se viese
reducida a la extrema necesidad.
5. Que Dios no nos
abandonará, sino que nos protegerá amorosamente en nuestras dificultades y
estrecheces (v. 28): «Porque Yahweh ama la rectitud y no desampara a sus santos.
Para siempre serán guardados. » Dios se deleita en hacer justicia y en los que
hacen justicia.
6. Que dispondremos
de las suficientes comodidades en este mundo, y mucho más cuando salgamos de él:
Tendremos para siempre una morada (hebr. shikhón --morarás--, vocablo de la
misma raíz que shekinah), ya en este mundo (v. 27), sin ser cortado (lit.), como
la descendencia de los impíos (v. 28b). Por tercera vez se repite que «los
justos heredarán la tierra» (el país pactado). No obstante, en este mundo no
tenemos ciudad permanente (He. 13:14); morada perpetua nos está reservada en el
Cielo (Jn. 14:2, 3).
7. Que no
llegaremos a ser presa de nuestros adversarios que buscan nuestra ruina (vv. 32,
33).
Versículos 34-40
El salmista
concluye aquí su sermón, diciéndonos:
1. Que el deber en
que aquí insiste es el mismo que ha declarado anteriormente (v. 34): «Espera en
Yahweh y guarda su camino.» Si nos esmeramos en guardar el camino de Dios, bien
podemos poner gozosamente nuestra confianza en El y encomendarle nuestro camino
(v. 5), pues hallaremos en Él un buen Amo, lo mismo para sus criados que
trabajan que para los que esperan sus órdenes y sus dones.
2. Las razones con
que refuerza esa exhortación son también similares a las anteriores, basadas en
la cierta destrucción de los malvados y en la segura salvación de los justos.
(A) Vemos, por fin,
la miseria de los malvados, por mucho que hayan prosperado algunos años: «El
final de los perversos es cortado» (v. 38b, literalmente), aunque también puede
significar la posteridad, conforme al doble sentido del vocablo hebreo ajarit.
Si se admite dicha versión literal, tenemos paralelismo con la primera parte del
versículo; si se admite la versión de ajarit por «posteridad», hay paralelismo
antitético con el versículo anterior, aunque también allí aparece el vocablo
ajarit, con lo que tendríamos un contraste entre el final pacífico, lleno de
tranquilidad y consuelo, de los justos, y el final terrible, repentino, de los
malvados. A este final rápido aluden los versículos 35 y 36.
(B) En cambio,
vemos la dicha y bendición de los justos; al menos, en su fin terrenal. Aun en
el caso de que hayan carecido de heredad en este mundo, les está reservada
mansión en los cielos: dignidad, honor, verdadera riqueza, en la Nueva
Jerusalén, de la que Canaán era tipo. Que todos tomen buena nota de esto (v.
37): «Considera al íntegro y mira al justo. Fíjate en el resultado de su
conducta (He. 13:7) y hallarás que su fin es paz. » No es el justo el que se ha
procurado su salvación; es obra de la iniciativa libre y amorosa —soberana— de
Dios: «La salvación de los justos. Viene de Yahweh» (v. 39, comp. con don. 2:9 y
Ef. 2:8 _<y esto no proviene de vosotros, pues es don de Dios»). El v. 40 dice
literalmente: «Les ayudará Yahweh y los libertará; los libertará de los
perversos y los salvará, porque en El se han refugiado.» El, que se refugia bajo
las alas del Todo suficiente, no sólo hallará en El ayuda y libertad, sino
también segura salvación.