Thursday, March 15, 2012

12.03 I Spy (Part II)




                                         "Sonríe, tus compañeros te están mirando"

Se siente extraño volver estudiar, y pasar de una especialidad a otra. Pasar lo de lo irracional a lo lógico, es como algo muy loco, mis nuevos compañeros que me han tocado son tan normales y serios, cuesta que se rían un montón. 

En cuanto al plan de acción vamos bien, nadie sospecha que soy profesor, lo que si debo tratar  es de buscar un trabajo luego, soy el único sin trabajo y tienden a subestimar a la gente que no trabaja, sus características sociales son muy sencillas, aun no puedo reconocer rasgos de humildad, pero si se sencillez. En lo que he fallado que es muy notoria mi falta empatia hacia ellos, no los saludos o pregunto como están o las cosas que hacen diariamente, tratar de acercarce de a poco, aunque el plan no contempla amistad pero los seres humanos están acostumbrados a vivir en manadas.

Los profesores son muy corrientes y normalmente, desde un punto de vista filosófico carecen de conocimientos actualizados, pero aun así intentan dar lo mejor de si mismo y están dispuestos a ayudar, solo uno recurre al miedo en sus clases, lo que la su toque de recuerdo a la almendra del cerebro.

En resumen por ahora, las cosas salen bien, hay dinero, hay interés por aprender, solo falta el objetivo 1 "Encontrar un buen trabajo" - Suerte y esperemos podamos encontrar un trabajo cerca de mi nueva residencia de estudios. 

Artist: Shivaree
Song: Goodnight Moon

Friday, March 9, 2012

Working out to prevent burning out (CBS)


 

Dr. Holly Phillips explains a new study that says working out during the week can greatly reduce work place depression.

La Vida Lenta Contra el Estrés (http://psicologia.laguia2000.com)


Si desea aliviarse del estrés, aprenda a vivir más despacio; eso es lo que afirman los que han decidido unirse a la cada vez más nutrida cantidad de simpatizantes del movimiento mundial “slow”.

La velocidad de la civilización actual es tal que mantener la atención focalizada se hace cada vez más difícil.

En Wagrain, población turística de los Alpes Suizos, la gente puede encontrar el lugar pacífico que anhela y la paz que ha perdido en ciudades como Salzburgo y Viena.

En cualquier temporada, el aire de los Alpes promete un buen descanso y permite deshacerse del estrés acumulado, viviendo una vida apresurada.

Una vez al año, en esa pequeña población se realiza el encuentro de los que comparten la filosofía del movimiento “slow”, para asistir a la conferencia anual de la Sociedad por la Desaceleración del tiempo.

Esta sociedad tiene su sede en Klagenfurt, Austria, y cuenta con más de mil miembros, que pertenecen a toda Europa central y que se unen para demostrar su oposición al culto actual de la rapidez.

Enseñan nuevos comportamientos que son difíciles de erradicar; por ejemplo, que un médico se tome más para conversar con su paciente; que un ejecutivo se niegue a atender llamadas durante el fin de semana o fuera de su horario de trabajo, o que un gerente se atreva a ir tranquilamente en bicicleta a cualquier parte, en lugar de utilizar su auto.

No se trata de ser lento para todo sino de aprender a moverse en el tiempo justo, según la circunstancia, la persona, la actividad, el proceso que esté atravesando, o el objeto con que se esté operando.

El problema es cuestionarse la relación del hombre con el tiempo y comenzar a premiar a los que utilizan el tiempo justo que necesitan y no a los que terminan primero.

Los desaceleradores de tiempo calculan con cronómetros el tiempo que los ciudadanos comunes dedican a sus trámites cotidianos; y cuando detectan a alguien demasiado apurado, lo abordan y le preguntan por qué tienen tanta prisa.

La mayoría de la gente no sabe por qué se apura, pero cuando se enteran de esta idea se muestra interesada y desea ser parte del experimento.

Los organizadores imponen un castigo al que se apura, que consiste en arrastrar una tortuga de material a lo largo de la calle.

La conferencia de Wagrain, coherente con lo que pretende transmitir, se caracteriza por su informalidad. No exige vestimenta formal, se puede llegar a cualquier hora, porque comienza en el momento adecuado y no a una hora determinada, generalmente con retraso; y no le da importancia al hecho de tener que saltear una parte del programa si no le alcanza el tiempo.

No se trata de personas irresponsables sino de ciudadanos preocupados por la asceleración en la manera de vivir, que enferma.

Hoy en día, hasta las vacaciones producen estrés, con el afán de querer ver todo en poco tiempo y no perderse nada, haciendo que al volver, todos estén más cansados que antes.

El Hotel Slow, ubicado en un parque nacional austriaco, tiene capacidad para trescientas personas y está pensado para funcionar en forma diferente. Prescindirá de toda tecnología moderna, como automóviles, teléfonos, computadoras o agendas electrónicas; y en cambio se podrá disfrutar de placeres más lentos, como excursiones, jardinería, lectura, yoga y tratamientos relajantes; y participar de conferencias sobre los efectos de la velocidad, sobre el tiempo y sobre los beneficios de la lentitud.

En el mundo hay un gran mercado con enorme interés en la vida más lenta, de modo que ahora es el momento adecuado para brindarle a la gente lo que necesita.

Desacelerar las actividades puede ser difícil para muchos, pero no tanto cuando se dan cuenta que hay también mucha gente que lo está intentando.

Esta experiencia ya se está desarrollando en Japón donde los slogans con la palabra “slow” están apareciendo en todos los avisos publicitarios; y hasta las personas relacionadas con las industrias más rápidas están apoyando a las organizaciones que promueven la lentitud, porque se dan cuenta que el culto a la velocidad se ha vuelto letal.

Fuente: “Elogio de la lentitud”, Carl Honoré.

El Cerebro y la creatividad (http://psicologia.laguia2000.com)


El secreto de los grandes genios parece ser la capacidad de vaciar su mente de todo contenido y de toda preocupación; pero aquietar la mente es difícil cuando se vive acuciado por las obligaciones y esclavo del reloj. 

Sin embargo, se puede aprender a relajarse y a cambiar nuestra manera de pensar y nuestra forma de vivir acelerada.

Nuestro cerebro está acostumbrado a funcionar saltando de un pensamiento a otro para poder reaccionar a tiempo, casi sin reflexionar, y aprovechar cada minuto del día; pero de esa forma nos condicionamos también a estar siempre en actividad para evitar el aburrimiento, llenando todo instante de nuestras vidas con distracciones.

Tener nuestra mente repleta de pensamientos es no saber usar el mayor recurso que tenemos que es el cerebro, porque es capaz de hacer cosas extraordinarias si aprendemos a relajarnos de vez en cuando y le brindamos la oportunidad.

Cuando disminuimos la velocidad de la mente también mejora la salud, aumenta la calma interior, la concentración y la posibilidad de ser creativo.

Según los expertos en estos temas, el cerebro tiene dos formas de pensar: una rápida, que es la forma racional, analítica, lineal y lógica; y una lenta que es intuitiva, difusa y creativa.

El pensamiento rápido es el que se pone en funcionamiento cuando trabajamos bajo presión, como una máquina, y el que nos permite solucionar problemas puntuales.

El pensamiento lento es el que funciona cuando no estamos apurados y tenemos tiempo para que las ideas fluyan a su propio ritmo.

Cada una de estas dos formas de pensar producen distintas ondas cerebrales; el pensamiento racional, ondas beta y el pensamiento intuitivo ondas alfa y zeta.

La relajación hace que el pensamiento sea más lento y que pueda ser más creativo.

La creatividad no suele producirse en una oficina donde todos están apurados haciendo varias cosas a la vez, sino cuando uno se encuentra relajado y tranquilo e incluso cuando estamos realizando alguna tarea que nos agrada sin ningún apuro.

Los grandes pensadores conocían sin duda el valor del sosiego, de la calma mental y de la serenidad.

Los científicos más sobresalientes son capaces de estar horas realizando una observación que les interesa y pierden la noción del tiempo, como si estuvieran en estado de trance.

Pero en realidad, no se trata solamente de utilizar el pensamiento lento, porque también tenemos que analizar racionalmente las ideas que fluyen desde nuestro interior; sino de combinar con inteligencia ambas formas de pensamiento.

Las máquinas son rápidas, exactas, eficientes, pero mecánicas; y el hombre puede ser lento, inexacto pero brillante. Las máquinas y el hombre pueden ser capaces juntos de cosas que parecen imposibles.

Las personas inteligentes son las que saben cuándo tienen que actuar con rapidez y cuando con lentitud.

Para poder llegar a utilizar el cerebro mejor es necesario aprender a relajarse, liberarse de la impaciencia, aceptar la incertidumbre y la no acción, dejar que las ideas fluyan solas sin esfuerzo y actuar con rapidez solamente cuando es necesario.

La meditación es la mejor manera de acostumbrar a la mente a relajarse, pero además, baja la presión arterial y produce ondas alfa y zeta que son las más lentas; y tienen efectos que duran mucho tiempo.

Fuente: “Elogio de la lentitud”, Carl Honoré.

La Lentitud (http://filosofia.laguia2000.com)

 
En las grandes ciudades la lentitud puede ser peligrosa porque el lento corre el riesgo de perecer atropellado por los que viven apurados.

Sin embargo, existen muchos que están dispuestos a desafiar la tendencia a vivir a toda velocidad, porque se dan cuenta que eso no es todo. Son los más sabios, los que saben esperar, los que no se apuran sin necesidad y pueden discriminar el grado de urgencia que requiere cada situación en particular.

Pero para los adictos a la velocidad, no pueden tolerar, ni siquiera un retraso un domingo en un restaurante, porque estar sin hacer nada los hace sentir incómodos y ansiosos.

La gente circula por las calles apurada aunque no tenga motivo, de mal humor, con gesto sombrío y hasta maldiciendo los semáforos y el tráfico. Discute con quienes le obstaculizan el camino y no percibe nada de lo que ve preocupada por cosas que seguramente nunca sucederán.

Nadie parece darse cuenta que una espera, un contratiempo, una forzosa parada en el camino, puede tener un significado y mostrarle algo importante que no logra ver en su vida llena de ocupaciones.

Todos llegan a casa cansados después de muchas horas de trabajo; y aún les espera cosas para hacer. 

Nadie piensa en dedicar algunos minutos a relajarse, no pensar en nada y olvidarse de todo.

Las obligaciones del ciudadano común se multiplican porque en una sociedad compleja los problemas se agrandan y son más difíciles de solucionar a pesar de la automatización.

La vida se ha convertido en una sucesión de obligaciones que pueden no tener ningún sentido personal, porque sólo sirven para mantener en funcionamiento la maquinaria desenfrenada de una vida caótica.

Las ocupaciones son tantas que el tiempo parece pasar más rápido y al terminar el día se tiene la sensación de no haber tenido la oportunidad de vivirlo.

¿Se puede vivir más despacio mientras el mundo a nuestro alrededor pasa a nuestro lado a toda velocidad? Porque los rápidos que corren contra el reloj, parecen comerse a los lentos.

Sin embargo, lograr la eficacia no es precisamente el resultado que obtienen los que se apuran, sino los que son más sabios, o sea aquellos que pueden discriminar cuándo es necesario actuar con rapidez y cuándo es mejor actuar con lentitud.

El apuro nos permite ahorrar tiempo, pero en lugar de aprovechar ese tiempo para dejarnos estar y descansar, lo ocupamos con otra actividad y la agregamos a la cadena de obligaciones diarias haciéndonos más esclavos.

Nadie desea renegar de la tecnología moderna que nos permite hacer algunas cosas más rápido, pero el problema es que la velocidad produce adicción y se extiende a otras cosas que necesitan más tiempo.

Vivir apurado tiene un alto costo; en primer lugar enferma, luego se malogran relaciones, somos más infelices, estamos más cansados y no podemos disfrutar de las cosas.

La velocidad nos obliga a ir al médico y someternos a toda clase de análisis, porque el estrés no nos deja dormir ni hacer bien la digestión y apenas tenemos fuerzas al día siguiente para comenzar de nuevo con todo.

Los problemas cardiacos, la alergia, el asma, las contracturas y la hipertensión son algunas de las consecuencias de vivir apurado tratando de hacer más de lo que podemos.

La cultura del trabajo y el interés puesto únicamente en los resultados hacen que hasta los niños terminen el día, agotados.

Creo que si se toma conciencia de que no hay necesidad de apurarse para todo, sino sólo para lo que es necesario y que todo ser humano debe disfrutar también de estar sin hacer nada, la vida de cada uno puede cambiar y ser más digna de ser vivida.

Fuente: “Elogio de la lentitud”, Carl Honoré.
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