Lo que nos pasa por dentro
El último libro de Eduardo Punset pretende analizar la realidad humana con optimismo y rigor científico
En
'Lo que nos pasa por dentro' (Destino), Eduardo Punset analiza la
realidad humana a partir de las nueve grandes etapas de la existencia,
desde que nacemos hasta que morimos, pasando por el enamoramiento, el
trabajo y la enfermedad. Las dudas que atenazan al hombre a lo largo de
su vida se reducen al miedo a cambiar y a la resistencia a entender cómo
es el otro y cómo funcionamos por dentro. El libro pretende ser una
guía optimista reforzada por la rigurosidad de los conocimientos
científicos. En él se recogen decenas de consultas atendidas durante los
dos últimos años por los profesionales de Apoyo Psicológico Online de
la Fundación Eduardo Punset. 'Lo que nos pasa por dentro' está a la
venta desde este martes 18 de septiembre. Reproducimos un fragmento del
capítulo titulado "Cuando crecemos. La adolescencia y sus crisis".
La diferenciación sexual
Uno de los territorios de la experiencia que más inquietud y quebraderos
de
cabeza genera en los adolescentes es el que tiene por principio y fin la
sexualidad en toda su dimensión. Y no es casual. En estos críticos años
asistimos a
la tercera gran etapa de diferenciación sexual entre hombres y mujeres
que
tiene lugar en la vida. De las dos anteriores es imposible que tengamos
memoria. La primera ocurrió en la octava semana de nuestra vida fetal.
En ese
germinal momento de gestación, los diminutos testículos de los futuros
bebés varones empiezan a generar grandes cantidades de testosterona que
inundan los circuitos cerebrales del feto hasta transformar lo que hasta
ese
instante había sido un embrión femenino -la forma biológica por defecto
que se da en la naturaleza- en otro masculino.
Los neurólogos llaman «pubertad infantil» al segundo cruce de caminos
sexual que afrontamos en nuestra vida: durante los primeros seis meses,
los
bebés varones vuelven a segregar mucha cantidad de testosterona,
mientras
las futuras niñas empiezan a liberar estrógenos, algo que estarán
haciendo
hasta los dos años. No es desatinada la etiqueta que dan los cientí?cos a
esta
etapa, pues lo que sucede en ella tiene mucho que ver con la revolución
sexual que va a tener lugar entre los nueve y los quince años de vida.
Así como
aquella lluvia de testosterona fetal había logrado doblar el tamaño de
la zona
del impulso sexual en el cerebro de los futuros bebés varones, en la
pubertad
adolescente se produce una serie de descargas hormonales que van a
terminar por alejar de?nitivamente a chicos y chicas a través de sus
diferentes
expresiones sexuales, curiosamente, mientras hacen atractivos a unos a
los
ojos de las otras, y viceversa.
Las consecuencias las conocemos de sobra. Paulatinamente, los chicos
empiezan a notar que les cambia la voz, les sale vello donde antes había
una
piel diáfana, sus facciones se masculinizan, su musculatura se
desarrolla y
se lanzan, sin saber cómo ni por qué, a tener fantasías sexuales y
pulsiones
genitales que hasta ese momento desconocían. Las adolescentes
experimentan parejas metamorfosis, aunque en sentido femenino, y nace en
ellas un
repentino interés por el acicalamiento y la coquetería para aparecer
atractivas a ojos de los varones.
Con frecuencia, padres y tutores se inquietan al sopesar el influjo que
los
medios de comunicación y el imaginario cultural juvenil puedan estar
ejerciendo para potenciar la emergencia de esta curiosidad sexual. Les
recomiendo que se relajen y dejen a la naturaleza actuar, pues este
furor no es
aprendido, ni está condicionado externamente, sino que acontece de forma
natural y de modo parecido en todas las regiones y culturas del planeta.
Responde a un impulso interior. Ni ellos se ven atraídos por ellas
porque lo vean
en las películas, ni a ellas les da por coquetear porque lo recomiende
la amiga
más espabilada de la pandilla.
Si viajamos al reverso neurológico de este fenómeno encontraremos un
cúmulo de transformaciones que, en muy poco tiempo y con gran ímpetu,
van a hacer morfológicamente diferentes los cerebros masculinos y
femeninos. Si ya el día de nuestro nacimiento llegamos al mundo con una
estructura neuronal distinta entre bebés varones y hembras, esos matices
se van a
profundizar en este tiempo de metamorfosis.
En el caso de los chicos, la testosterona es el principal combustible
que
anima el proceso del cambio. Entre los nueve y los quince años, los
testículos
de los varones aceleran la generación de esta hormona hasta aumentar en
un
250 por ciento su caudal en sangre. Louann Brizendine, neuropsiquiatra
de la Universidad de California y experta en la influencia que tienen
los factores
sexuales en el cerebro humano, describe esta transformación de manera
muy gráfica: «Es como si el niño de nueve años tuviera una jarra de
cerveza
de testosterona, pero a los quince acabara portando tres o cuatro
litros»,
compara. En el caso de las chicas, también la testosterona, pero sobre
todo el
estrógeno, es lo que causa los cambios.
Al final de ese viaje, el cerebro femenino y el masculino van a contar
con
fisiologías marcadamente diferentes. En los chicos, el área preóptica
medial,
que es una zona del hipotálamo relacionada con el impulso sexual, llega a
crecer 2,5 veces más que en las chicas. En esta parte del cerebro se
encuentra
también el área premamilar, llamada área de defensa del cerebro, que
contiene circuitos neuronales vinculados con la alerta ante amenazas
territoriales,
y que está más desarrollada en los machos. La amígdala, que detecta el
miedo
y actúa como un sistema de alarma contra amenazas y peligros, es también
más grande en los varones.
Por el contrario, el cerebro de las chicas cuenta con otras regiones más
activas y desarrolladas, y una de ellas es la zona de unión
temporoparietal, asociada
a la empatía y el procesamiento de las emociones. De igual modo, en
ellas hay
una mayor presencia de neuronas espejo, necesarias para interpretar la
carga
empática de las personas con las que tratamos. Según Brizendine,
mientras las
zonas del cerebro destinadas a la actividad sexual y la agresividad son
mayores
en los varones, las mujeres disponen de un sistema neuronal mejor
preparado
para procesar la empatía emocional. Pero hay más diferencias: las
actuales técnicas de neuroimagen utilizadas para espiar el cerebro
mientras trabaja han
permitido constatar que unas y otros hacemos funcionar este maravilloso
órgano de forma distinta cuando nos enfrentamos a una tarea. Así, según
confirma
Simon Baron-Cohen, catedrático de psicopatología de la Universidad de
Cambridge (Reino Unido), las mujeres tienden a utilizar ambos
hemisferios a la vez
y muestran señales de actividad bilateral mientras hablan o escuchan. En
cambio, los hombres usan preferentemente un solo hemisferio cuando
realizan
esas actividades. Precisamente, el izquierdo, que es el hemisferio
relacionado
con el pensamiento lógico y las matemáticas. No ha de extrañarnos pues,
que
en las universidades la diferencia entre sexos sea tan grande en función
de las
distintas disciplinas académicas. El propio Baron-Cohen ha calculado
que, de media, en las universidades hay trece chicos por cada chica en
las carreras matemáticas, pero esta desproporción es imposible que sea
cultural, pues se da de
forma parecida en países muy distantes entre sí. Los varones parecen
estar
mejor preparados para todo lo que tiene que ver con la mecánica y la
ingeniería intuitiva y las mujeres con las lenguas. Helena Cronin,
experta en darwinismo y evolución humana de la London School of
Economics, encuentra diferencias de actitud asociadas a esta
variabilidad de vocación intelectual: «A
los hombres les gustan las cosas y a las mujeres las personas»,
describe.
El cerebro tiene sexo y hoy sabemos que gran parte de esa diferenciación
sexual se desarrolla en la adolescencia, una época en la que tiene lugar
un gran
aumento de sinapsis entre las dendritas de las neuronas, al tiempo que
desaparecen conexiones establecidas en la infancia que habían dejado de
ser utilizadas. Este proceso, aparte de ser diferente entre hembras y
varones por sus
particulares morfologías, no dura el mismo tiempo en ambos casos:
mientras la maduración neuronal de las chicas tiene lugar en poco
tiempo, los varones van más lentos y están evolucionando durante bien
entrada la juventud,
sin llegar a alcanzar su plenitud hasta los 22 o los 25 años. Hablamos
de una
adolescencia muy larga, en la que suceden muchos más acontecimientos de
los que vemos por fuera.
Mi hija está dominada por su novio
Tengo una hija de catorce años en plena revolución hormonal. Por lo
general es una niña muy sensata, pero últimamente sale con un chico
de diecisiete años que no me gusta: bebe, toma drogas, es mentiroso...
Me han comentado que se medica, ya que sufre de trastorno bipolar.
Siempre que está con él, ella llega cambiada, como si no fuera dueña de
sus actos. Incluso nos amenaza. No sé cómo actuar, veo que estoy
perdiendo a mi hija y necesito que me aconsejéis. He hablado con ella
sobre el tema de manera tranquila, y entonces sí me da la razón, pero en
cuanto lo ve se transforma. ¿Cómo actúo ante esta situación?
(septiembre de 2010)
Responde: Gabriel González
Has dado un paso muy grande al crear un espacio de confianza en el que
tu hija pueda acudir cuando te necesite. Es importante esperar, ya que
si ves la actitud de tu hija
inapropiada, querrás controlarla y estar muy pendiente de ella. Esto
provocará mayor desconfianza por su parte, lo que la llevará a seguir
mostrando actitudes que no
te gustan, y en ti crecerá el deseo de controlarla más.
Por otra parte, si te sientes angustiada, pídele consejo a tu hija sobre
cómo puedes actuar, teniendo claro que hay cosas que como padres no
podéis permitir, pues
sólo tiene catorce años. A partir de aquí, has de ofrecerte para que
acuda a ti si en algún momento necesita ayuda. Lo importante es que
tenga la sensación de que, si se
mete en cualquier lío, podrá acercarse a vosotros con confianza, y no
para escuchar
un reproche, ya que entonces dejará de acudir a vosotros y buscará
consuelo en otros.
Prefiero las relaciones con hombres mayores que yo
Tengo veinte años y sólo me gusta salir con hombres que me llevan
diez años o más. Hace poco tuve un romance con uno de cuarenta, que
fue breve, pues lo terminé al sentir que yo a él no le importaba en
realidad. Mi problema es que sólo me gustan los hombres mayores. Me
atrae su físico y la manera como hablan y sienten. Sólo con ellos me
siento feliz en el sexo y en la vida. Mi madre y mis amigos me critican,
ya que aún soy muy joven, pero no lo puedo evitar, aunque soy consciente
de que esto no es bueno a la hora de buscar una pareja. ¿Tengo
un problema? ¿Cómo puedo tratarlo?
(noviembre de 2011)
Responde: Rosa Català
La elección de un proyecto de vida propio sólo tiene posibilidad de
éxito si se hace
con libertad y responsabilidad. Para conseguirlo, es necesario hacer un
verdadero
trabajo de artesanía con uno mismo, analizar nuestro itinerario y
razones con serenidad, y no dejarnos llevar por las comparaciones u
opiniones ajenas. Intentar ser
como los demás es un camino estéril. Ser congruentes exige coraje y
algunas veces ir
a contracorriente, pero nos permite vivir una vida basada en criterios
personales, arraigar en nuestro fondo interno, que al fin y al cabo es
el que nos sitúa en la perspectiva justa ante la realidad.
Las creencias y normas con las que vivimos pueden ser potenciadoras o
limitantes. Para un funcionamiento óptimo de las relaciones amorosas es
básico tener construida una buena autoestima. Ser generosos con nosotros
mismos nos predispone a
amar y ser amados. Si eliges como pareja a personas con más edad, piensa
que es
porque te compensa, y esto en principio no representa ningún conflicto.
Al contrario, está más cerca de una existencia con un sentido claro en
objetivos.
Mi madre no acepta la orientación sexual de mi hermana
Tengo una hermana que sabe que es homosexual desde los quince
años. Yo he vivido junto a ella todas sus dudas. Ahora, a los dieciocho,
ha comenzado una relación estable con una chica y se lo ha contado a
nuestros padres. Como ambas esperábamos, no se lo han tomado
bien. Hemos pasado una temporada muy mala, de broncas constantes.
Ahora, siete meses después, mi padre parece llevarlo con algo más de
naturalidad, pero mi madre sigue sin aceptarlo. Asegura que no es feliz
por culpa de mi hermana, que tener una hija lesbiana es una de las
peores desgracias que le podían ocurrir, y que nunca podrá aceptarlo.
Yo ya no sé qué hacer. Suponía que mis padres necesitarían un periodo
de adaptación para asumirlo, porque la suya es otra generación y ambos
vienen de familias bastante tradicionales. Pero la situación empieza a
ser insostenible: mi madre se niega a hablar del tema y mi hermana tiene
cada vez más ganas de irse de casa.
(octubre de 2011)
Responde: Gabriel González
Comunicar una orientación homosexual no resulta fácil, y menos a unos
padres que,
en principio, no van a entender dicho proceso siendo tan tradicionales
como dices.
Sin embargo, todo es cuestión de adaptación, y poco a poco irán
aceptándolo. Ese
proceso requiere su tiempo y unas estrategias que posibiliten dichos
pasos. El modelo de Kübler-Ross sobre el duelo permite conocer las
etapas por las que se pasa para llegar a la aceptación de una muerte.
Esto mismo podemos aplicar a la aceptación
de una noticia así. Lo que podemos hacer es entender que van a sucederse
dichas fases y que podemos agilizarlas.
Un primer paso para conseguirlo es ofrecer información sobre la
orientación
sexual. A continuación, actuar con total naturalidad. Se trata de
mostrar que ésa es
la orientación sexual y no el conjunto de características de tu hermana.
Tiene otras
capacidades que la hacen especial y única. Eso es lo que debéis hacer
entender a tu
madre. Dentro de esas características personales, tu hermana ha
aprendido unos
valores y unos comportamientos que provienen de lo que os han enseñado
vuestros
padres. Se trata de no ponerse a la defensiva y asumir que todo lo que
sois proviene
de vuestros progenitores, gracias a los cuales sois unas personas
luchadoras, responsables y capaces.
¿Es mi amiga o me gusta?
Acabo de cumplir veinte años y nunca he tenido novio, pero siempre
he sabido que soy heterosexual. Al menos lo sabía hasta hace poco.
Hace unos meses empecé a estudiar en un colegio sólo de chicas e hice
una buena amistad con una compañera. El problema es que empecé a
obsesionarme con ella. Me molestaba que hablara con el resto de
chicas y quería que me prestara más atención a mí. No podía quitármela
de la cabeza. Incluso perdí el apetito. Era como si estuviera enamorada
de ella, pero en ningún momento pensé eso, sólo quería tener una
amiga en una clase en la que no conocía a nadie.
Al tiempo, nuestra relación se afianzó, nos hicimos más amigas y
ella me confesó que era lesbiana, y que tenía novia. Ahora estoy más
relajada, porque siento que me quiere mucho como amiga y ya no temo
perderla. Pero a veces creo que me gusta realmente, que podría
tener una relación amorosa con ella, y que si no tuviera novia lo
intentaría. ¿Soy lesbiana entonces? No me atrae ninguna otra chica, me
gustan los hombres. ¿Será que sólo pienso esas cosas porque ella es
lesbiana?
(agosto de 2011)
Responde: Noelia Sancho
Por lo que cuentas, parece que sentiste emociones hacia tu amiga que no
sabías identificar, y que pueden deberse más a tu necesidad de caer bien
que al enamoramiento.
Piensa que enamorarse implica una ilusión por alguien que se parece a la
que se tiene por un proyecto muy deseado, pues desencadena emociones y
mecanismos quí-
micos parecidos. Es un estado en el que sólo piensas en tu objetivo, te
obsesionas y
dejas otras cosas de lado. Se desencadenan también procesos químicos y
fisiológicos,
ya que el amor es un estado físico en el que baja la serotonina, y suben
la feniltilamina, la dopamina y la endorfina, lo que nos lleva a
realizar acciones inusuales.
Dices que sientes que en realidad te atraen los hombres, por lo que tu
orientación parece clara. No obstante, muéstrate abierta a que esas
sensaciones de atracción evolucionen y cambien, no por este episodio,
sino para que evites prejuzgarte.
Disfruta de tu relación actual de amistad y deja fluir tu orientación y
gustos sexuales, para poder disfrutar más de ellos en vez de
preocuparte.
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