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Wednesday, January 8, 2014

Con prueba extrema, deportista demuestra por qué no se debe depender de la pesa (EMOL)

Ross Edgley se propuso lograr que las personas establezcan una relación más sana con las balanzas.

"Lo que hice es peligroso y se llevó a cabo bajo estrictas condiciones, habiendo consultado previamente a un doctor", advirtió Ross Edgley, un deportista británico que utilizó su cuerpo para realizar una prueba extrema, pero con un buen propósito: lograr que las personas, en especial quienes realizan dietas, establezcan una relación más sana con las básculas.

Edgley, quien también tiene el grado de científico del deporte de la Universidad Loughborough, llevó su organismo al límite y en 24 horas bajó más de 10 kilos. Eso sí, lo que perdió no fue grasa, sino que agua, demostrando así que el peso corporal no tiene que ver exclusivamente con un asunto de grasa.

¿Cómo lo hizo? Tomando en cuenta que entre el 50 y el 70% del peso corporal de una persona corresponde a agua, Edgley se empeñó en sacar de su cuerpo la mayor cantidad de líquido que le fuera posible.

Así, el deportista utilizó diuréticos naturales -como vitamina C y cafeína-, de manera que si bebía sólo 100 ml de agua, iría al baño alrededor de 20 veces. "(Los diuréticos) no están recomendados a menos que la persona sepa lo que está haciendo", se apuró a advertir, según publicó el "Daily Mail".

Además, evitó consumir sal, ya que -explicó- ésta promueve la retención de líquido. También sumergió su cuerpo en baños de sal de Epsom, cuya característica principal es que trabaja "succionando" toda la humedad del organismo.

Asimismo, Edgely recurrió al sauna, gracias al cual su cuerpo transpiró y perdió líquido. Igualmente, se envolvió con bolsas de basura y se puso cinco capas de ropa encima, para realizar ejercicios y sudar más.

También modificó su alimentación, eliminando los carbohidratos. "Los carbohidratos se almacenan en los músculos bajo la forma de glucógeno muscular, el cual pesa 18 gramos por kilo de músculo. De esta manera, al reducir el consumo de ellos y además hacer ejercicios para agotar los que ya están en el cuerpo, se puede reducir drásticamente el peso", explicó.
Tips para el uso correcto de las pesas
No es llegar y subirse a una, sino que para que la información que entregan estos aparatos sea útil, hay que seguir algunas reglas, entre ellas usar siempre la misma y de preferencia a primera hora de la mañana cuando se está en ayuno. Asimismo, no debe mantenerse en el baño, ya que la humedad puede descalibrarla.

Lo que sí consumió fueron proteínas y grasas, que no se almacenan como glucógeno muscular, y multivitamínicos y suplementos en polvo, para evitar la deshidratación y el agotamiento. "Lo que hice fue peligroso y por eso era importante darle a mi cuerpo todo el apoyo suplementario posible", dijo.

Una experiencia poco recomendable

 El antes y el después del deportista.

Edgely plasmó los detalles de su experimento extremo en un diario. Allí cuenta que la noche antes de comenzarlo comió pizza, papas fritas y ensalada, luego de lo cual se subió a una pesa que marcó 94,7 kilos.

"Comencé mi día con un baño de sal de Epsom ridículamente caliente, junto a una botella de 100 ml de agua mezclada con diuréticos", contó, y agregó que aunque al principio estar bajo el agua se sentía "bastante bien", luego empezó a sentirse débil. "Mi ritmo cardíaco se fue a las nubes y la sal de Epsom hizo que los ojos me ardieran", describió.

Tras recuperarse, el científico del deporte tomó como desayuno un preparado alto en proteínas, minerales y vitaminas, pero muy bajo en agua y carbohidratos. Y luego se dirigió al gimnasio, para subirse durante 45 minutos a una trotadora.

"Para empeorar las cosas, me vestí con cuatro capas de ropa, y con mis brazos, piernas y cuerpo envueltos en bolsas de basura para aumentar el sudor", dijo.

Durante las horas siguientes, Edgely volvió a darse baños de sal de Epsom, tomar preparados similares a los del desayuno e intentó comer un trozo de carne, al que sólo pudo darle un par de mordidas. A las 18:30 horas, ya llevaba 8 kilos menos.

Pero como su prueba aún no terminaba, tomó 150 mg de cafeína y fue nuevamente al gimnasio para subirse a la trotadora, aunque sólo duró 30 minutos ya que se vio obligado a pararla con el botón de emergencia.

Luego se dirigió al sauna, desde donde salió sintiéndose "la mitad del hombre que era cuando empecé". Además, su cuerpo ya casi no sudaba, porque no tenía de dónde sacar agua.

Por la noche, a las 21:00 horas, se subió por última vez a la pesa para que ésta le diera el veredicto final: 83,4 kilos. Es decir, perdió casi 11 kilos en un poco menos de 24 horas.

"Sin perder tiempo en encontrar mi ropa interior, corrí hacia mi bolso y agarré una botella de cuatro litros de agua con multivitaminas y electrolitos", relató. Y dos horas después ya había recuperado todo el líquido perdido.

Sin embargo, Edgley reconoció que su experiencia fue horrible y aseguró que no la repetirá. "Pero espero que ayude a demostrar que las variaciones de peso que registran las balanzas de baño, tienen muy poco que ver con la grasa corporal, así que bótenlas o no tomen en serio lo que dicen. Pero sobre todo, nunca permitan que su dieta o autoestima sean gobernadas por ellas", concluyó.


Friday, August 31, 2012

¿Qué desató la epidemia de obesidad en el mundo? (BBC)


En las últimas tres décadas las tasas de obesidad global se han duplicado y ahora viven en el mundo más de 500 millones de personas obesas.

Este exceso en el peso corporal está causando tres millones de muertes cada año, según cifras de la Organización Mundial de la Salud.
Pero ¿qué fue lo que causó está epidemia?

Algunos culpan a nuestro estilo de vida, que nos ha vuelto cada vez más sedentarios, pasando horas sentados frente al computador o la televisión.

Pero otros expertos creen que los responsables son los alimentos que comemos. Y más específicamente, dicen, las enormes cantidades de azúcar que consumimos.

"Genéticamente, los seres humanos no hemos cambiado, pero nuestro ambiente y nuestro acceso a la comida sí han cambiado", explica a la BBC el profesor Jimmy Bell, especialista en obesidad del Imperial College de Londres.

"Todos los días estamos siendo bombardeados por la industria alimentaria para que consumamos más comida".

"Es una guerra entre nuestro cuerpo y las demandas de nuestro organismo con el acceso a la comida que se tiene en una sociedad moderna. Y como científico me siento realmente deprimido, porque estamos perdiendo la batalla contra la obesidad" agrega.

Uno de los más grandes cambios en nuestra dieta se remonta a los años 70, cuando la industria agrícola de Estados Unidos se embarcó en la producción masiva del maíz y del jarabe de maíz de alta fructosa, comúnmente utilizado hoy en todo el mundo como edulcorante en alimentos procesados.
"Es una guerra entre nuestro cuerpo y las demandas de nuestro organismo con el acceso a la comida que se tiene en una sociedad moderna. Y como científico me siento realmente deprimido, porque estamos perdiendo la batalla contra la obesidad" - Jimmy Bell, Imperial College de Londres
Esto provocó un incremento masivo en las cantidades de alimentos baratos abastecidos a los supermercados estadounidenses: desde cereal hasta galletas de bajo precio.

Como resultado, las hamburguesas se hicieron más grandes y las papas fritas se hicieron más grasosas.

Esto, según la nutricionista Marion Nestle, preparó el terreno para la epidemia de obesidad.

"El número de calorías producidas en Estados Unidos, y disponibles a los consumidores estadounidenses, se incrementó de 3.200 por persona en los años 70 a 3.900, casi el doble de lo que un individuo necesita".

"Este incremento es enorme y pienso que es la causa de muchos problemas", señala.

¿Adictivo?

El jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF) es un subproducto de desecho del maíz, increíblemente azucarado e increíblemente barato.

Al principio se le utilizaba en casi todos los alimentos: pizza, ensaladas, carne, pasteles y pan.

Para mediados de los años 80 el JMAF ya había reemplazado al azúcar en las bebidas gaseosas, lo cual tenía sentido para la industria, ya que era un 35% más barato.

Pero según algunos científicos, además de más dulce, también es más adictivo que el azúcar.

En un principio, el jarabe de maíz de alta fructosa se utilizaba en pizzas, ensaladas, pasteles y toda clase de comidas.

Y esto, dicen, ha provocado que en las últimas dos décadas el consumo promedio de estas bebidas se duplique.

La industria, por su parte, afirma que este incremento no ha causado la epidemia de obesidad, sino el hecho de que la gente consume demasiadas calorías.

"Ciertamente nuestras bebidas gaseosas regulares son una fuente de calorías, pero si tú consumes muchas calorías y ves mucha televisión o no haces suficiente ejercicio, es claro que tendrás un problema", afirma Susan Neely de la Asociación Estadounidense de Bebidas Gaseosas.

Pero el doctor Jean-Marc Schwarz del Hospital General de San Francisco cree que lo peligroso es la enorme cantidad de fructosa que consumimos en todo el mundo.

"Ésta no tiene un efecto tóxico como el plomo o el mercurio, lo que es tóxico es la cantidad que se consume", dice.

La fructosa se convierte fácilmente en grasa en el cuerpo y los científicos han descubierto que también suprime la función de una hormona vital llamada leptina.

Se cree que esta hormona controla la regulación del hambre y apetito en el cerebro.
Cuando el hígado se ve inundado con azúcar, la leptina deja de funcionar y el organismo no sabe cuando está lleno.

"Esto provoca que tu cerebro piense que te estás muriendo de hambre aunque acabes de comer. Lo cual causa un círculo vicioso de consumo, enfermedad y adicción", dice a la BBC el doctor Robert Lustig, profesor de endocrinología de la Universidad de California, en San Francisco.

"Y esto explica lo que ha ocurrido en todo el mundo" agrega.

Grasa por azúcar

"Si la grasa fuera la causa, esto no sería tan malo. Pero si la causa es el azúcar, esto sí es algo desastroso. Y creo que con lo ocurrido en los pasados 30 años hemos respondido ya a esa pregunta" Dr. Robert Lustig
Pero hace dos décadas surgió un fuerte debate entre los expertos sobre lo que estaba causando el incremento de enfermedades cardiovasculares, que en gran parte eran provocadas por el aumento en el peso corporal.

Se dijo que el responsable quizás no era el azúcar sino las grasas.

Esto condujo a un nuevo término en nuestros hábitos de consumo: los alimentos "bajos en grasas".

Estos productos no sólo prometieron enormes ganancias para la industria, sino también acabar con el potencial desastre de salud de las enfermedades del corazón.

De la noche a la mañana, todo el mundo comenzó a comprar yogur, margarinas, postres y galletas "bajos en grasas".

Pero gran parte de la grasa que se retiró a estos productos fue reemplazada con azúcar.

Para cuando los científicos se dieron cuenta de que quizás no era buena idea reemplazar grasa por azúcar, ya era demasiado tarde: el mundo estaba enfrentando una crisis de obesidad.

Hoy, cada vez más expertos están comenzando a pensar que hay algo específico en la fructosa que está acelerando la obesidad.

"Si la grasa fuera la causa, esto no sería tan malo", dice el doctor Lustig.

"Pero si la causa es el azúcar, esto sí es algo desastroso. Y creo que con lo ocurrido en los pasados 30 años hemos respondido ya a esa pregunta", agrega el científico.

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