Desde el principio de la humanidad, los seres humanos poseen instinto
de conservación y han sentido miedo frente a los peligros reales,
ansiedad ante lo desconocido y angustia por su condición de ser mortal.
Estas emociones le han servido para defenderse de las amenazas reales
del medio en que habitaba, como animales salvajes, tormentas,
inundaciones, terremotos.
Las tribus más primitivas tuvieron el consuelo de la espiritualidad y
encontraron la respuesta a los enigmas de la vida a través de los
símbolos. La realidad era sagrada y ellos formaban parte de ella.
Los egipcios representan una de las culturas más avanzadas con más de
cinco mil años de antigüedad. Adoraban a sus dioses y rendían culto a
los muertos. Creían en la reencarnación y trataban de preservar a los
difuntos para que lograran reencarnarse después de muertos.
El hombre tenía respuestas sobre la realidad que le garantizaban una
vida después de la muerte y creían en ella. Las comunidades eran más
pequeñas, la vida transcurría en contacto con la naturaleza y el centro
de la atención era la lucha por la supervivencia. Tenían fe en sus
dioses y en sus gobernantes, que eran como dioses.
En Occidente, los hombres luchaban por los territorios y no temían
morir en las contiendas porque confiaban en los valores como el heroísmo
simbolizados por sus dioses.
Jung nos dice que los símbolos son productos naturales y espontáneos,
no se inventan, son colectivos, surgen espontáneamente en la mente
humana y representan lo que aún no se conoce.
Afirma que hasta los objetos inanimados colaboran para la formación
de símbolos y se fundamenta en las numerosas historias de probada
autenticidad relacionadas con relojes que se paran cuando fallecen sus
dueños, como el reloj de péndulo del palacio de Federico el Grande en
Sans-Souci, que se paró al morir el emperador; o espejos que se rompen,
o cuadros que se caen cuando ocurre una muerte, o roturas de cosas en
una casa donde sus habitantes estás sufriendo crisis emocionales graves.
Según Jung, a pesar de los escépticos estos hechos continúan ocurriendo y tienen importancia psicológica.
Jung ha investigado los más diversos símbolos de muchas culturas y
llega a la conclusión que la gran mayoría de ellos son imágenes
religiosas que el creyente acepta que han sido revelados al hombre y que
son de origen divino.
Son representaciones colectivas surgidas de los sueños y de la
creatividad humana, involuntarias y espontáneas, y de ninguna manera
inventadas; aunque también es cierto que algunos símbolos y conceptos
religiosos fueron cuidadosamente elaborados en forma consciente.
La Edad Media fue una época donde floreció el arte y el hombre tuvo
oportunidad de expresar todas sus emociones a través de sus creaciones
artísticas. Apoyados por la fe en el dogma, se sentían libres de los
cuestionamientos y el sentido de la vida era completar la creación de
Dios.
Pero la fe del hombre siempre será imperfecta, tal como es él, y por
más grande que sea su confianza, su destino será la búsqueda de la paz
interior y el propósito de su vida para enfrentar su ansiedad y angustia
natural.
El surgimiento de las ciencias choca contra la barrera de las creencias y mueve las estructuras de las religiones.
Descartes descubre el “cógito”, sólo estoy seguro que estoy pensando
nos dice y el resto del mundo puede ser puro pensamiento. El hombre se
centra en si mismo y se separa de la naturaleza. Se convierte en un ser
desamparado y condenado a elegir su propia vida con la responsabilidad
de comprometerse para siempre por sus propios actos. La angustia lo
domina porque debe enfrentar la vida sin excusas.
La revolución industrial introduce también al hombre en una línea de
montaje, y allí se convierte en alguien que trata de ser idéntico a
todos sus semejantes, satisfaciendo su ansiedad comprando cosas.
A medida que el hombre mejora su calidad de vida y logra aumentar su
expectativa de vida, se va despojando de su espíritu. Porque las cosas
también le dan seguridad, una seguridad ilusoria, porque la vida es pura
incertidumbre.
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