La lectura no es solamente para muchos un placer, sino que además
tiene efectos benéficos; porque aumenta la capacidad de concentración,
promueve la empatía y representa un ejercicio útil para evitar la
pérdida de las funciones cognitivas.
Leer produce modificaciones en la anatomía del cerebro y favorece las
conexiones nerviosas; y si es un hábito frecuente, puede compensar el
deterioro natural de la edad avanzada.
Cuando leemos aumenta notablemente la actividad cerebral, principalmente en el hemisferio izquierdo.
El reconocimiento de una palabra implica identificar las letras, procesarlas en sílabas y luego traducirlas a sonidos.
Las palabras aisladas, por ejemplo, estimulan numerosas zonas del
cerebro; y la comprensión de un texto más o menos complejo requiere
capacidad de representación y simular la escena ficticia, completando
los datos que sugiere dicho texto con la propia experiencia e
imaginación.
Según la psicóloga Nicole Speer, de la Comisión Interestatal para la
Educación Superior en Boulder, la lectura no es una actividad pasiva,
porque cuando el lector lee un relato, tiene que recrear mentalmente
cada situación, lo que hace activar zonas de su cerebro similares a las
que se activan si él realizara esas mismas acciones.
El equipo de Alexandre Castro-Caldas, de la facultad de medicina de
la Universidad Católica Portuguesa en Lisboa, realizó un estudio que
comparaba los cerebros de personas que leían, con otras que eran
analfabetas.
En la prueba ambos grupos debían escuchar palabras reales en su
propia lengua y otras inventadas sin ningún significado pero parecidas a
las palabras auténticas.
Los analfabetos tuvieron dificultades para repetir esas pseudo
palabras y tendían a sustituirlas por las palabras reales que se
parecían. Esto se debe al hecho de tener menos desarrollado el sentido
para percibir diferencias sonoras sutiles, en tanto que los que sabían
leer, las podían diferenciar sin dificultades.
Las personas que leen con regularidad, después de los 70 años, tienen
un menor riesgo de desarrollar la enfermedad de Alzheimer, por lo menos
durante los siguientes veinte años.
Dawn Betts, del Centro de Servicios Educativos del Condado de
Clermont, en Ohio, demostró que la habilidad en la expresión, la lectura
y el lenguaje tiene significativa importancia en el rendimiento
académico.
Los investigadores temen que el hábito de chatear con mucha
frecuencia a través de medios electrónicos, produzca una alteración en
la concentración, debido principalmente al reducido vocabulario que se
maneja y la poca profundidad de lo que se comunica.
Por otro lado, a las personas que les gusta profundizar en las
lecturas mantienen su actividad mental hasta edades muy avanzadas.
El neurólogo Joe Verghese, de la Universidad Yeshiva en New York,
llevó a cabo un seguimiento durante veinte años a 470 ancianos de 75
años.
Los que leían mucho así como los que tocaban algún instrumento
musical, presentaron menos probabilidades de sufrir demencia, y fue
mucho más lento el desgaste de su capacidad mental.
La actividad mental aumenta la reserva cognitiva, o sea, que existe
un potencial cognitivo que compensa el efecto de las enfermedades
deficitarias nerviosas.
En cuanto a que la lectura favorece la empatía, un estudio realizado
muestra que los aficionados a leer novelas de ficción suelen tener
mejores habilidades sociales que los que leen libros de textos
especializados o los que leen menos.
Hace ya más de trescientos años, el escritor Joseph Addison advirtió
que “leer es para la mente lo que el ejercicio físico es para el
cuerpo”.
Fuente: “Mente y Cerebro”, No.47/2011, “El beneficio encubierto de
leer”, Christian Wolf, doctor en filosofía y periodista científico.
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