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Saturday, April 7, 2012

LOS AÑOS FRUCTÍFEROS DESPUÉS DE LOS CUARENTA

Un individuo raras veces inicia un esfuerzo altamente creativo en un campo determinado antes de la edad de los cuarenta años. El hombre medio alcanza el período de su mayor capacidad para crear entre los cuarenta y los sesenta años. Estas afirmaciones se basan en análisis de miles de hombres y mujeres que han sido observados con todo cuidado. Deberían ser estimulantes para todos aquellos que no han logrado llegar a donde querían antes de los cuarenta años, así como para quienes se sienten asustados a medida que se aproximan a los cuarenta y ya se sienten «viejos». Por regla general, los años que median entre los cuarenta y los cincuenta suelen ser los más fructíferos. El hombre debería aproximarse a esa edad no con temeroso temblor, sino con esperanza y con expectativa avidez.


Si usted desea pruebas de que la mayoría de los hombres no empiezan a realizar su mejor trabajo hasta la edad de cuarenta años, estudie los datos de los hombres de mayor éxito, y descubrirá esas pruebas. Henry Ford no empezó a lograr grandes cosas hasta que pasó de los cuarenta. Andrew Carnegie ya había cumplido cuarenta años cuando empezó a cosechar la recompensa de todos sus esfuerzos. James J. Hill aún seguía manejando un telégrafo cuando tenía cuarenta años, y sus estupendos logros los alcanzó después de esa edad. Las biografías de muchos industriales y financieros estadounidenses demuestran que el período que media entre los cuarenta años y los sesenta es la edad más productiva del hombre.
Entre los treinta y los cuarenta, el hombre empieza a aprender (si es que aprende alguna vez) el arte de la transmutación del sexo. Este descubrimiento suele ser accidental, y el que lo descubre suele ser totalmente ajeno a su descubrimiento. Es posible que observe que su poder de logros ha aumentado hacia la edad de treinta y cinco años o cuarenta; pero, en la mayor parte de los casos, no está familiarizado con la causa que ha producido ese cambio; esa naturaleza empieza a armonizar las emociones del amor y el sexo en el individuo, entre los treinta y los cuarenta años, de tal modo que la persona puede usar esas grandes fuerzas, y aplicarlas unidas como estímulos para la acción.

FALSAS CREENCIAS DE QUE EL SEXO DAÑA LA PERSONALIDAD

La gran mayoría de la gente parece ser imperdonablemente ignorante acerca de todo lo referente al sexo. En términos generales, la urgencia del sexo ha sido interpretada mal por parte de los ignorantes y las personas malvadas, que la han calumniado y se han burlado de ella.


Aquellos hombres y mujeres conocidos por haber sido bendecidos -sí, bendecidos- con una elevada naturaleza sexual, suelen ser considerados como personas a las que vale la pena observar. Pero, en lugar de considerarlas como benditas, se las considera como malditas.
Millones de personas sufren complejos de inferioridad, incluso en nuestra época, que se han desarrollado debido a la falsa creencia de que una elevada naturaleza sexual es una maldición. Estas afirmaciones sobre la virtud de la energía sexual no deben interpretarse como una justificación del libertinaje. La emoción del sexo sólo es una virtud cuando es utilizada con inteligencia y con discriminación. Puede ser mal empleada, y a menudo lo es, hasta el punto de que empobrece, en lugar de enriquecer, tanto el cuerpo como la mente.
Al autor le pareció muy importante el descubrimiento de que casi todos los grandes líderes a quienes tuvo el privilegio de analizar eran hombres cuyos logros fueron ampliamente inspirados por una mujer. En muchos de esos casos, la mujer en cuestión era una esposa modesta y abnegada, de la que el público había oído hablar muy poco o nada. En unos pocos casos, la fuente de inspiración pudo descubrirse en «la otra» mujer.
Toda persona inteligente sabe que la estimulación en exceso a base de bebidas alcohólicas y narcóticos es una destructiva forma de intemperancia. Sin embargo, no todo el mundo sabe que el exceso en la expresión sexual puede convertirse en un hábito tan destructivo y negativo para el esfuerzo creativo como los narcóticos o el licor.
Un loco sexual no es, en esencia, muy diferente de un hombre drogado. Ambos han perdido el control sobre sus facultades de razonamiento y de fuerza de voluntad. Hay muchos casos de hipocondría que han aparecido a partir de hábitos desarrollados en la ignorancia de la verdadera función del sexo.
Se comprende con facilidad que la ignorancia sobre el tema de la transmutación del sexo imponga grandes castigos a los ignorantes por un lado, y los prive de beneficios igualmente grandes por el otro. 

La amplia ignorancia que existe acerca del tema del sexo se debe al hecho de que ese tema  e ha visto rodeado por el misterio y por un oscuro silencio. La conspiración del misterio y del silencio ha tenido sobre las mentes de los jóvenes el mismo efecto que la psicología de la Prohibición tuvo. El resultado fue un incremento de la curiosidad y el deseo de adquirir un mayor conocimiento acerca de ese tema «prohibido». Y la información no ha estado disponible con facilidad, para vergüenza de los legisladores y de la mayoría de los médicos, que no han entrenado a los mejor cualificados para educar a la juventud acerca de este tema.

EL MAYOR DE LOS ESTIMULANTES DE LA MENTE

 

En la historia no faltan ejemplos de hombres que alcanzaron el estatus de genio como resultado del uso de estimulantes mentales artificiales, ya sea en forma de alcohol o de narcóticos. Edgar Allan Poe escribió El cuervo cuando se hallaba bajo la influencia del licor, «soñando sueños que ningún mortal se atrevió a soñar jamás». James Whitcomb Riley escribió lo mejor de su producción literaria hallándose bajo la influencia del alcohol. Quizá fuera así como viera «el ordenado entrelazamiento de lo real y del sueño, el molino por encima del río y la niebla por encima de la corriente». Robert Burns escribió sus mejores páginas estando intoxicado.


«Por los tiempos de antaño, cariño mío, tomaremos una taza de amabilidad ahora, por los tiempos de antaño».
Pero recordemos también que muchos de esos hombres terminaron por destruirse a sí mismos. La naturaleza ha preparado sus propios venenos con los que los hombres pueden estimular sus mentes para conectar con esos pensamientos, exquisitos y raros, que proceden... ¡nadie sabe de dónde! Jamás se ha encontrado sustitutivo alguno satisfactorio de los estimulantes naturales.
Es un hecho bien conocido por los psicólogos que existe una relación muy estrecha entre los deseos sexuales y las urgencias espirituales, un hecho que explica el comportamiento peculiar de la gente que participa en las orgías como «renacimientos» religiosos, comunes entre los pueblos primitivos.
Las emociones humanas son las que gobiernan el mundo y las que establecen el destino de la civilización.
La gente se ve influida en sus acciones no por la razón, sino por los «sentimientos». Las emociones, y no la razón fría, son las que ponen en movimiento toda la facultad creativa de la mente. Y la más poderosa de todas las emociones humanas es la del sexo. Hay otros estímulos mentales, algunos de los cuales hemos citado, pero ni uno solo de ellos, ni todos ellos combinados, puede igualar el poder impulsor del sexo.
Un estimulante mental es cualquier fuerza que aumente de forma temporal o permanente la intensidad del pensamiento. Los diez grandes estimulantes descritos con anterioridad son aquellos a los que se recurre con mayor frecuencia. A través de estas fuentes podemos comunicarnos con la Inteligencia Infinita, o penetrar a voluntad en el almacén del subconsciente, ya sea del propio o del de otra persona, un procedimiento que es todo lo que caracteriza al genio.
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