Friday, March 9, 2012

El Cerebro y la creatividad (http://psicologia.laguia2000.com)


El secreto de los grandes genios parece ser la capacidad de vaciar su mente de todo contenido y de toda preocupación; pero aquietar la mente es difícil cuando se vive acuciado por las obligaciones y esclavo del reloj. 

Sin embargo, se puede aprender a relajarse y a cambiar nuestra manera de pensar y nuestra forma de vivir acelerada.

Nuestro cerebro está acostumbrado a funcionar saltando de un pensamiento a otro para poder reaccionar a tiempo, casi sin reflexionar, y aprovechar cada minuto del día; pero de esa forma nos condicionamos también a estar siempre en actividad para evitar el aburrimiento, llenando todo instante de nuestras vidas con distracciones.

Tener nuestra mente repleta de pensamientos es no saber usar el mayor recurso que tenemos que es el cerebro, porque es capaz de hacer cosas extraordinarias si aprendemos a relajarnos de vez en cuando y le brindamos la oportunidad.

Cuando disminuimos la velocidad de la mente también mejora la salud, aumenta la calma interior, la concentración y la posibilidad de ser creativo.

Según los expertos en estos temas, el cerebro tiene dos formas de pensar: una rápida, que es la forma racional, analítica, lineal y lógica; y una lenta que es intuitiva, difusa y creativa.

El pensamiento rápido es el que se pone en funcionamiento cuando trabajamos bajo presión, como una máquina, y el que nos permite solucionar problemas puntuales.

El pensamiento lento es el que funciona cuando no estamos apurados y tenemos tiempo para que las ideas fluyan a su propio ritmo.

Cada una de estas dos formas de pensar producen distintas ondas cerebrales; el pensamiento racional, ondas beta y el pensamiento intuitivo ondas alfa y zeta.

La relajación hace que el pensamiento sea más lento y que pueda ser más creativo.

La creatividad no suele producirse en una oficina donde todos están apurados haciendo varias cosas a la vez, sino cuando uno se encuentra relajado y tranquilo e incluso cuando estamos realizando alguna tarea que nos agrada sin ningún apuro.

Los grandes pensadores conocían sin duda el valor del sosiego, de la calma mental y de la serenidad.

Los científicos más sobresalientes son capaces de estar horas realizando una observación que les interesa y pierden la noción del tiempo, como si estuvieran en estado de trance.

Pero en realidad, no se trata solamente de utilizar el pensamiento lento, porque también tenemos que analizar racionalmente las ideas que fluyen desde nuestro interior; sino de combinar con inteligencia ambas formas de pensamiento.

Las máquinas son rápidas, exactas, eficientes, pero mecánicas; y el hombre puede ser lento, inexacto pero brillante. Las máquinas y el hombre pueden ser capaces juntos de cosas que parecen imposibles.

Las personas inteligentes son las que saben cuándo tienen que actuar con rapidez y cuando con lentitud.

Para poder llegar a utilizar el cerebro mejor es necesario aprender a relajarse, liberarse de la impaciencia, aceptar la incertidumbre y la no acción, dejar que las ideas fluyan solas sin esfuerzo y actuar con rapidez solamente cuando es necesario.

La meditación es la mejor manera de acostumbrar a la mente a relajarse, pero además, baja la presión arterial y produce ondas alfa y zeta que son las más lentas; y tienen efectos que duran mucho tiempo.

Fuente: “Elogio de la lentitud”, Carl Honoré.

La Lentitud (http://filosofia.laguia2000.com)

 
En las grandes ciudades la lentitud puede ser peligrosa porque el lento corre el riesgo de perecer atropellado por los que viven apurados.

Sin embargo, existen muchos que están dispuestos a desafiar la tendencia a vivir a toda velocidad, porque se dan cuenta que eso no es todo. Son los más sabios, los que saben esperar, los que no se apuran sin necesidad y pueden discriminar el grado de urgencia que requiere cada situación en particular.

Pero para los adictos a la velocidad, no pueden tolerar, ni siquiera un retraso un domingo en un restaurante, porque estar sin hacer nada los hace sentir incómodos y ansiosos.

La gente circula por las calles apurada aunque no tenga motivo, de mal humor, con gesto sombrío y hasta maldiciendo los semáforos y el tráfico. Discute con quienes le obstaculizan el camino y no percibe nada de lo que ve preocupada por cosas que seguramente nunca sucederán.

Nadie parece darse cuenta que una espera, un contratiempo, una forzosa parada en el camino, puede tener un significado y mostrarle algo importante que no logra ver en su vida llena de ocupaciones.

Todos llegan a casa cansados después de muchas horas de trabajo; y aún les espera cosas para hacer. 

Nadie piensa en dedicar algunos minutos a relajarse, no pensar en nada y olvidarse de todo.

Las obligaciones del ciudadano común se multiplican porque en una sociedad compleja los problemas se agrandan y son más difíciles de solucionar a pesar de la automatización.

La vida se ha convertido en una sucesión de obligaciones que pueden no tener ningún sentido personal, porque sólo sirven para mantener en funcionamiento la maquinaria desenfrenada de una vida caótica.

Las ocupaciones son tantas que el tiempo parece pasar más rápido y al terminar el día se tiene la sensación de no haber tenido la oportunidad de vivirlo.

¿Se puede vivir más despacio mientras el mundo a nuestro alrededor pasa a nuestro lado a toda velocidad? Porque los rápidos que corren contra el reloj, parecen comerse a los lentos.

Sin embargo, lograr la eficacia no es precisamente el resultado que obtienen los que se apuran, sino los que son más sabios, o sea aquellos que pueden discriminar cuándo es necesario actuar con rapidez y cuándo es mejor actuar con lentitud.

El apuro nos permite ahorrar tiempo, pero en lugar de aprovechar ese tiempo para dejarnos estar y descansar, lo ocupamos con otra actividad y la agregamos a la cadena de obligaciones diarias haciéndonos más esclavos.

Nadie desea renegar de la tecnología moderna que nos permite hacer algunas cosas más rápido, pero el problema es que la velocidad produce adicción y se extiende a otras cosas que necesitan más tiempo.

Vivir apurado tiene un alto costo; en primer lugar enferma, luego se malogran relaciones, somos más infelices, estamos más cansados y no podemos disfrutar de las cosas.

La velocidad nos obliga a ir al médico y someternos a toda clase de análisis, porque el estrés no nos deja dormir ni hacer bien la digestión y apenas tenemos fuerzas al día siguiente para comenzar de nuevo con todo.

Los problemas cardiacos, la alergia, el asma, las contracturas y la hipertensión son algunas de las consecuencias de vivir apurado tratando de hacer más de lo que podemos.

La cultura del trabajo y el interés puesto únicamente en los resultados hacen que hasta los niños terminen el día, agotados.

Creo que si se toma conciencia de que no hay necesidad de apurarse para todo, sino sólo para lo que es necesario y que todo ser humano debe disfrutar también de estar sin hacer nada, la vida de cada uno puede cambiar y ser más digna de ser vivida.

Fuente: “Elogio de la lentitud”, Carl Honoré.

El repaso como técnica de estudio (http://blogdefarmacia.com)

 
El uso de técnicas de estudio para mejorar el desempeño en la escuela o en la universidad es algo común entre los jóvenes y adolescentes que desean superarse de forma permanente. Unas de las técnicas más conocidas, pero menos comprendidas, es la del repaso. El repaso consiste en la relectura o revisión de material leído previamente a fines de asentarlo en la memoria de largo plazo. El método que utilicemos para efectuar este repaso determinará directamente la eficacia con la que, posteriormente, lograremos recuperar el material almacenado.

Hace más de cien años el psicólogo alemán Herman Ebbinghaus demostró en una serie de experimentos que la memoria está sujeta a una serie de ciclos de recuerdo y olvido. La mayoría de los problemas de memoria, de hecho, se producirían antes de que transcurra una hora entre la primera lectura y la posterior revisión. A las nueve horas se pierde más de la mitad de lo almacenado y en un mes hasta el ochenta por ciento.

Herman Ebbinghaus, en su momento, propuso un método de revisión consciente basado en el repaso. A diferencia de las técnicas de estudio utilizadas en la actualidad, este sistema para estimular la memoria está basado en la revisión consciente y periódica del material aprendido para reforzar las redes neuronales.

La tabla de revisión consciente propuesta por Herman Ebbinghaus considera un tiempo de estudio para cada sesión de unos 45 minutos. El primer repaso se debería hacer a los 10 minutos, el segundo al otro día, el tercero después de una semana, el cuarto al mes, y así sucesivamente (espaciando cada vez más el momento del repaso).

Para mejorar la efectividad de este sistema se recomienda como revisión consciente tomarse unos momentos para pensar y meditar sobre el material leído y resumirlo de forma interna en una frase o palabra.

Thursday, January 26, 2012

12.03 Abundancia Divina (Parte III)

 

Para atraer dinero, enfócate en la riqueza. Es imposible atraer más dinero a tu vida cuando te enfocas en la falta del mismo.

Saturday, January 21, 2012

12.02 Abundancia Divina (Parte II)


 

SÍNTOMAS DEL TEMOR A LA POBREZA



Indiferencia. Suele expresarse a través de una falta de ambición; de una predisposición a tolerar la pobreza; de una aceptación, sin protestar, de toda aquella compensación que la vida pueda ofrecer; de una pereza mental y física; de una falta de iniciativa, imaginación, entusiasmo y autocontrol.

Indecisión. El hábito de permitir que los demás piensen por uno. El de mantenerse «al margen».
 
Duda. Expresada generalmente por medio de justificaciones y excusas diseñadas para encubrirse, rechazar con explicaciones, o disculpar los propios errores, lo que a veces se expresa en forma de envidia hacia aquellos que han alcanzado el éxito, o bien se los critica.
 
Preocupación. Suele expresarse por el descubrimiento de faltas en los otros, una tendencia a gastar más de los ingresos propios, un descuido del aspecto personal, la burla y el fruncimiento de cejas; la intemperancia en el uso de las bebidas alcohólicas y, a veces, en el uso de narcóticos; nerviosismo, falta de severidad y de autoconciencia.
 
Precaución excesiva. La costumbre de mirar el lado negativo de toda circunstancia, de pensar y hablar de posible fracaso, en lugar de concentrarse en los medios para alcanzar el éxito. Se conocen todos los caminos que conducen al desastre, pero nunca se buscan los planes precisos para evitarlo. Se espera «el momento adecuado» para empezar a poner en acción ideas y planes, hasta que la espera se transforma en un hábito permanente. Se recuerda a aquellos que han fracasado, y se olvida a los que han tenido éxito. Se ve el agujero del donuts, pero no se ve el donuts. Es el pesimismo, que conduce a la indigestión, al estreñimiento, a la autointoxicación, a la mala respiración y a una mala disposición.
 
Dilación. La costumbre de dejar para mañana aquello que se debería haber hecho el año anterior. Pasarse mucho tiempo buscando justificaciones y excusas para no realizar el trabajo. Este síntoma se halla estrechamente relacionado con el de la precaución excesiva, la duda y la preocupación. La negativa a aceptar la responsabilidad siempre que ésta se pueda evitar. La voluntad de encontrar un compromiso, en lugar de levantarse y luchar a pie firme. El comprometerse con las dificultades, en lugar de dominarlas y utilizarlas como peldaños para seguir subiendo. 

El intentar conseguir gangas de la vida, en lugar de exigir prosperidad, opulencia, riquezas, satisfacción y felicidad. Planificar lo que se ha de hacer sólo cuando se ha producido el fracaso, en lugar de quemar todas las naves y hacer que la retirada sea imposible. La debilidad de la confianza en uno mismo, y, a menudo, la total ausencia de la misma, así como de la definición de propósito, autocontrol, iniciativa, entusiasmo, ambición, frugalidad y una sana habilidad para el razonamiento. El esperar la pobreza, en lugar de exigir la riqueza. El asociarse con aquellos que aceptan la pobreza, y no buscar la compañía de quienes exigen y reciben la riqueza.
 

EL DINERO HABLA


Algunos preguntarán: «¿Por qué ha escrito un libro sobre el dinero? ¿Por qué medir las riquezas en dólares?». Algunos pensarán que hay otras formas de riqueza mucho más deseables que el dinero, y tendrán razón. Sí, hay riquezas que no pueden medirse en términos monetarios, pero millones de personas dirán:

«Dame todo el dinero que necesito, y yo me encargaré de encontrar aquello que deseo».

La razón principal por la que he escrito este libro es porque millones de hombres y mujeres se encuentran paralizados por el temor a la pobreza. Lo que esa clase de temor es capaz de hacerle a uno fue muy bien descrito por Westbrook Pegler:
El dinero no es más que conchas de almejas, o discos de metal o trozos de papel, y hay tesoros del corazón y del alma que el dinero no puede comprar, pero la mayoría de la gente sin dinero es incapaz de tenerlo en cuenta y sostener su espíritu. Cuando un hombre se encuentra en lo más bajo, está en la calle y es incapaz de conseguir trabajo, a su espíritu le sucede algo que se refleja en la caída de sus hombros, la forma de llevar el sombrero, su modo de caminar y su mirada. No puede escapar a una sensación de inferioridad con respecto a la gente que tiene un empleo seguro, aun cuando sepa que esas personas no son sus iguales en carácter, inteligencia o habilidad.

Por su parte, los demás, incluso sus amigos, experimentan una sensación de superioridad y lo consideran una víctima, quizá de una manera in consciente. Tal vez ese hombre pida prestado durante un tiempo, pero no el suficiente como para continuar con la vida a la que está acostumbrado, y tampoco podrá continuar pidiendo durante mucho tiempo. Pero pedir, aun cuando sea para vivir, es una experiencia deprimente y al dinero así obtenido le falta el poder que el dinero ganado con su propio esfuerzo tiene. Evidentemente, nada de esto se aplica a los zánganos y los pordioseros, sino sólo a los hombres con ambiciones normales y que se respetan a sí mismos.

Las mujeres que se encuentran en la misma situación son algo diferentes. De algún modo, no las consideramos como personas marginadas. Raras veces viven en la miseria o piden por las calles, y cuando se encuentran entre la gente, no se las reconoce por las mismas señales que identifican a los hombres mendigos.

Desde luego, no me refiero a las harapientas de la gran ciudad, que son la parte opuesta de los vagabundos masculinos confirmados. Me refiero a mujeres bastante jóvenes, decentes y con inteligencia. Tiene que haber muchas mujeres así, pero su desesperación no resulta tan evidente. Quizá se suiciden.

Cuando un hombre se encuentra sin dinero y desempleado, dispone de tiempo para lamentarse. Es posible que viaje muchos kilómetros para buscar un trabajo y descubra que el puesto ha sido ocupado ya, o que sólo se trata de uno de esos puestos sin salario fijo, con sólo una comisión sobre las ventas de algún cachivache inútil que nadie compraría, excepto por piedad. El hombre vuelve a encontrarse en la calle, sin un sitio al que ir, excepto a cualquier parte. Así que camina, y camina. Contempla los escaparates de las tiendas, observa lujos que no son para él; se siente inferior y deja paso a otras personas que se detienen a mirar con un interés activo. Deambula por la estación, y entra en la biblioteca para descansar los pies y calentarse un poco, pero eso no es lo mismo que buscar un trabajo, de modo que no tarda en reanudar la marcha. Es posible que no lo sepa, pero su falta de objetivo le delatará aunque las líneas de su figura no lo hagan. Es posible que vaya bien vestido, con las ropas que le quedaron de cuando tenía un trabajo estable, pero esas ropas no sirven para ocultar su caída.

Ve a miles de otras personas a su alrededor, todas ellas ocupadas con sus trabajos, y las envidia desde lo más profundo de su alma. Todas tienen su independencia, su autorrespeto y su orgullo, y él no puede convencerse a sí mismo de que también es un buen hombre, por mucho que reflexione y llegue a un veredicto favorable hora tras hora.

Precisamente el dinero es lo que establece esta diferencia en él. Con un poco de dinero, volvería a ser él mismo.
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