No siempre la edad viene acompañada de madurez emocional porque
muchos más de los que creemos siguen siendo sólo niños toda su vida.
Muy en el fondo todos somos un poco niños a la espera de la
protección de los demás y nos cuesta sobremanera pararnos sobre nuestros
propios pies y caminar sin muletas ocasionales.
Hacerse cargo de uno mismo, esa gran aventura que empieza en la
adolescencia y termina con la muerte, es una cuestión que cuesta aceptar
hasta que nos damos cuenta que siempre estamos solos en los momentos
cruciales de nuestras existencias.
La madurez no es solo una etapa cronológica de la vida sino un
estado mental, una actitud y la personalidad es como un abanico que se
despliega y no necesariamente madura en forma integral.
La falta de aceptación del esquema corporal impide el paso al
mundo adulto y todos sabemos los esfuerzos y sacrificios que hace la
gente para parecerse a los ídolos del momento cualquiera sea su edad.
La inmadurez emocional está relacionada con lazos afectivos
arcaicos difíciles de romper, dependencias, miedos, debilidad del yo que
prefiere vivir como una prolongación de otro.
La inmadurez social se refleja por la no aceptación de la propia unicidad, por pretender ser otro y no ser el que se es.
La coherencia interna es un elemento clave para definir a una
persona madura, ya que pensar, decir y hacer lo mismo sin
contradicciones eventuales y con convicción son condiciones que no
pueden estar ausentes en ella.
Esa coincidencia entre el adentro y el afuera le permite
protagonizar la vida sin apuntador sin necesidad de definirse nunca,
porque una persona madura cambia y sólo se la puede definir en una
lápida.
Y es también la que se responsabiliza y se compromete, respetando
sus tendencias y teniendo en cuenta su medio y sus semejantes cuando se
decide a tomar una decisión para insertarse en la sociedad.
Un caso clínico
Laura era funcionaria ejecutiva de una importante empresa
multinacional. Cuando la conocí ella tenía cuarenta años pero su
aspecto era de una bella joven de treinta. Su vida era su trabajo.
Había estado casada dos años hasta que se divorció y nunca había
tenido hijos porque temía el sufrimiento y la pérdida de su buena
figura.
Cuando vino a la consulta estaba atravesando otra separación de
una segunda relación, su madre estaba agonizando y estaba a punto de ser
despedida de su trabajo. Se dio cuenta que toda su vida estaba por
colapsar y ella no estaba preparada para el cambio.
Pretendía como objetivo del tratamiento, reunir las fuerzas
necesarias para establecer otra relación de pareja, por medio de una
prestigiosa agencia de contactos, como lo hacía habitualmente, porque en
esos momentos no se sentía en condiciones de quedarse en su casa sola.
Se sentía paralizada por el miedo. Su madre había sido para ella
su soporte emocional y sus compañeros eventuales, quienes llevaba a
vivir a su casa, sus perros guardianes.
Finalmente su madre falleció y ella consiguió otro trabajo pero
hasta donde yo pude saber, no llegó nunca a lograr mantener a un hombre
al lado.
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