Cada vez más los chicos son sobre exigidos con agendas repletas de
actividades extra escolares, que no les dejan tiempo para jugar.
Como a los adultos, este estilo de vida que se observa en la clase media y media alta de sociedades urbanas, a los chicos les produce estrés.
Es una realidad que preocupa a maestros, pediatras y psicólogos
cuando detectan en niños de siete a diez años trastornos similares a los
de los adultos, como contracturas, dolores de cabeza y problemas
gastrointestinales recurrentes que son signos de estrés, pudiendo
presentar además problemas neurolingüísticos asociados al proceso de
comprensión.
Carl Honoré, autor del libro “Bajo presión”, señala que estamos
viviendo la época del “niño dirigido”, demasiado cuidado y controlado, y
amarrado a una maraña de cursos, talleres y actividades varias
reguladas, que hacen que los chicos se enfermen más por permanecer mucho
tiempo en lugares cerrados y poco tiempo al aire libre, por falta de
movimiento, por tener que asistir a largas jornadas escolares, por no
poder jugar en forma espontánea y sufrir mucha presión, con padres a su
vez exigidos que tienen altas expectativas puestas en sus hijos. Pero
este deseo de los padres de que sus hijos los superen, tiene un alto
costo en los niños.
Los padres de clase media no pueden dejar grandes herencias a sus
hijos como para asegurarles el futuro, por eso se preocupan en darles
por lo menos la oportunidad de una buena educación, para que se puedan
defender en la vida.
Algunos chicos no son aptos para colegios de doble escolaridad
bilingües, ya sea porque les resulta difícil o porque son demasiado
inquietos como para prestar atención tanto tiempo.
Cuando el nivel de exigencia es mayor del que pueden soportar, los
chicos se enferman, desafían a sus padres, se rebelan, se portan mal en
la escuela y terminan desbaratando los planes de sus padres creando
serios conflictos.
Estamos viviendo una época que se caracteriza tanto por el nivel de
exigencia como por los desbordes y la irresponsabilidad generalizada de
niños y jóvenes; y la falta de comunicación los convierte en bombas en
potencia si no tienen la oportunidad de hablar de sus problemas.
Ni en la casa
ni en la escuela tienen un espacio para reflexionar, un canal para
decir lo que les molesta, porque tanto padres como maestros sofocan los
conflictos castigando a quienes los provocan pero no los enfrentan,
cuando en realidad pueden ser constructivos y útiles para promover los
cambios necesarios y favorecer el crecimiento.
Hoy en día los chicos como los adultos tienen que llevar agendas para
anotar todas sus ocupaciones y obligaciones; y hasta los cumpleaños les
producen estrés, un festejo que debería ser espontáneo pero que se ha
convertido en un complejo ritual rígidamente estructurado que no deja
lugar para ser distinto.
El mercado no puede dejar de lado la potencial fuente de recursos que
representan los niños, por lo tanto crea la necesidad de hacer ciertas
cosas que todos creen que deben hacer para pertenecer y ser aceptados.
Es necesario reflexionar sobre lo pernicioso de estas prácticas que
nos llevan a hacer lo que quieren otros y no lo que deseamos nosotros,
discriminando entre lo que es manipulación y lo que se ajusta realmente a
nuestros deseos y principalmente a los deseos de nuestros hijos.
Carl Honoré se pregunta hasta qué punto es beneficioso que los chicos se formen de tal modo en lo funcional,
en el cumplimiento de los objetivos y en la necesidad de destacarse del
resto, sin tener la oportunidad de disfrutar de un tiempo improductivo
que le permita ver más allá de lo convencional conocido y poder ser así
más creativos.
Fuente: “Bajo presión”; Carl Honoré.
http://psicologia.laguia2000.com/psicologia-de-ninos/chicos-estresados
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