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Saturday, April 5, 2014

¿Realmente deben las familias cenar juntas cada noche? (BBC)


A todos nos gusta sentarnos alrededor de una mesa con nuestra pareja, nuestros amigos o nuestra familia.

Como profesional y amante de la gastronomía sería absurdo que no disfrutara de compartir una velada frente a un buen plato de comida. Y entiendo la importancia de las comidas familiares para el bienestar de todos sus miembros, especialmente de los niños.
Pero ¿es imprescindible hacerlo todos los días?

Estoy cansado de que me hagan sentir culpable por no sentarme a compartir la comida cada noche.

Los artículos de periódico nos agobian constantemente, los psicólogos nos apuntan con el dedo, nos hacen sentir que hemos fallado como un núcleo familiar si no logramos hacerlo.
Una investigación publicada por la revista Américan journal Pediatrics indica que en las familias que comen juntas, los niños tienen 35% menos de posibilidades de desarrollar trastornos alimentarios. También son 24% más propensos a comer sano y tienen 12% menos de posibilidades de ser obesos.

Pero otro estudio de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, apunta que "las comidas familiares deberían ser una parte de una gama de rutinas y rituales familiares que reflejen las creencias y prioridades en la crianza".

En otras palabras, el tipo de familias que comen juntas son también las que disfrutan de realizar otras actividades juntos. Eso es lo que les lleva al éxito.

Así que no se torture. Hay otras maneras de ser un buen padre y potenciar una relación constructiva.

No es terrible

Escena del pasado
Para las familias modernas cenar todos los días juntos es un objetivo difícil de alcanzar.

Para algunos de nosotros, sentarnos alrededor de la mesa con nuestra familia es, sencillamente, imposible.

Si uno trabaja en turnos o viaja a menudo, no tiene la opción de sentarse a cenar con sus niños día a día. No es nuestra culpa, y no deberíamos sentirnos culpables.

Pondré como ejemplo mi propia crianza. Nací en los años 70 y crecí en los 80. Mis dos padres tenían trabajos de tiempo completo.

A veces trabajaban hasta tarde. Otras, mi papá se iba a jugar al squash y se tomaba una cerveza al terminar o mi mamá iba al gimnasio. Por eso durante la semana nos cuidaba sólo uno de los dos: o mamá o papá. Era raro que nos juntáramos a cenar todos por la noche.
¿Quiere esto decir que tuve una infancia peor que el resto? ¡De ningún modo!

De hecho me beneficié en otros aspectos. Constantemente había algo de comer en casa. Mamá siempre cocinaba una tarta o cualquier otra cosa deliciosa que pudiéramos calentar al regresar de la escuela.

Como consecuencia, mi hermano y yo aprendimos a ser independientes.

Además esto daba a nuestros padres tiempo para sí mismos y la posibilidad de escaparse de las riñas de dos hermanos peleones.

Objetivo: una comida semanal

Pollo al horno
Quizás sólo una vez a la semana es suficiente.

Los sábados, mi hermano y yo jugábamos al fútbol con el equipo del pueblo y yo competía en motocross en un club local (recuerde que eran los años 80).

Tan pronto regresábamos a casa volvíamos a salir a la calle a buscar a nuestros amigos y estar con ellos hasta que se hacía de noche. Ya tarde, nos comíamos cualquier cosa que cayera en nuestras manos y no lo formalizábamos necesariamente como una comida.

La única regla que mi mamá y mi papá establecieron fue que cada domingo todos nos sentábamos alrededor de la mesa para una almuerzo familiar en su sentido más tradicional.

Era un látigo de tres fustas: no había escapatoria. Mi hermano y yo intentábamos estirar al máximo la hora a la que había que volver a casa…y papá nos amenazaba: "si no han llegado a las 4, botaremos su comida a la basura".

Por eso pedaleábamos lo más rápido que podíamos en el camino de vuelta para llegar y darnos cuenta de que, una vez más, faltaba una hora para que la comida estuviera lista.

Pero el truco de mi padre funcionaba y siempre llegábamos a casa a tiempo para poner la mesa y participar en la preparación de nuestra comida familiar.

Tanto si el menú era una carne al horno o alguna nueva receta proporcionada por la famosa cocinera de la tele británica Delia Smith, los domingos siempre se convertían en una ocasión especial.

No todo es comer

Aunque nuestra comida familiar no sucedía todos los días, podíamos confiar en un ritual invariable, tan importante para mí como otras actividades que formaban parte de las noches de mi infancia.

Para mis padres era tan especial vernos a mi hermano y a mi correr por el del jardín como sentados a la mesa.

comida familiar
Pasar tiempo juntos, no necesariamente comiendo, es una manera igualmente buena de crear hogar. 

Esa es la clave. Pasar tiempo juntos, no necesariamente pasar tiempo comiendo juntos. Jugar, hacer ejercicio, entretenerse con juegos de mesa... todos cuentan de igual manera.
Incluso jugar videojuegos puede ser bueno. (Si, videojuegos. Por favor no lo descarten. No es todo matar zombis, muchos de esos juegos son rompecabezas o retos en los que hay que resolver complejos problemas).

Todos ellos pueden crear lazos familiares, y al mismo tiempo son compatibles con los ritmos de vida de cada uno.

No se es mala persona sólo por no poder sentars con la familia cada noche. Compartir una chocolatina delante de la televisión de vez en cuando no es el fin del mundo.



Wednesday, May 15, 2013

Obsesionados con el Cuerpo (laguia2000.com)


La anorexia y la bulimia son graves trastornos de la alimentación que en la actualidad afecta a una gran cantidad de jóvenes.

El anoréxico tiene apetito pero su miedo a engordar inhibe su necesidad de comer, mientras el bulímico tiene grandes atracones de comida y luego vomita porque se siente culpable por haber comido, llegando también a consumir gran cantidad de laxantes.

El anoréxico pretende vivir sin comer, culpa a los padres de su condición y siente un gran vacío de afecto.

Suelen provenir de familias disfuncionales, con padres separados o con problemas graves de relación, donde la comunicación es nula.

Los padres suelen no darse cuenta de este problema hasta que la situación se hace evidente y se hace necesaria la consulta.

Esta enfermedad se manifiesta con pérdida de peso, fatiga, ausencia de menstruación, tristeza, cambios en el cabello y hasta osteoporosis.

Es una patología propia de esta época en que los jóvenes y también los adultos le rinden culto al cuerpo y ese afán de perfección los lleva a compararse con otros y les distorsiona la percepción del propio cuerpo.

Angélica tiene 29 años y pesa 25 kilos, sin embargo cuando se mira al espejo dice que está gorda. Hace ocho años que está en tratamiento pero aún no ha tomado conciencia de que está enferma y de que su curación depende de aceptarse a sí misma como es y de su firme deseo de curarse.

Mientras tanto continuará sufriendo por la comida y vomitando para no engordar.

Su historia personal revela que los familiares fueron los primeros en señalarle su exceso de peso; y luego la crítica y las burlas se extendieron a sus compañeros y amigos.

De esta manera llegó a convencerse que solamente teniendo un cuerpo delgado será aceptada.

Más allá del problema alimenticio, estas personas tienen un conflicto interno más profundo y una dificultad para crecer y ser un adulto responsable con la capacidad para tolerar la crítica y enfrentar la realidad como es.

A pesar de los esfuerzos que hacen para ser aceptados, su actitud los aleja aún más de los demás y terminan aislados y solos.

El anoréxico elude el verdadero conflicto y se concentra en la comida, que es su peor enemigo y se convierte en una obsesión.

Se compara con los otros y cree que cuando tenga el cuerpo que desea será querido y podrá por fin ser feliz.

Sin embargo, la distorsión que tienen de su propio cuerpo hace que siempre se vea gordo, aún cuando su apariencia haya llegado al límite de la delgadez; porque esa imagen fantaseada es la que cree que los otros tienen de él.

La anorexia es una enfermedad que sufren más las mujeres que los hombres en una proporción de 10 a 1, mientras que en la bulimia la proporción es de 4 a 1.

Esta patología tiene un alto índice de mortalidad, por suicidio o inanición, sin embargo el 50% de los anoréxicos y el 60% de los bulímicos finalmente pueden salir a flote; aunque su temor a engordar puede demorar en desaparecer.

En Argentina se registra el mayor índice de anoréxicos del mundo y en México en la actualidad, esta enfermedad muestra un crecimiento de un 700%.

Fuente: Documental de Natgeo, “La obsesión del cuerpo”

Sunday, March 31, 2013

La Culpa Inconsciente (laguia2000.com)


La culpa inconsciente forma parte de las creencias, obstruyen el propio juicio y condicionan la manera de actuar.

Durante la infancia se incorporan comportamientos, hábitos, reglas y normas sociales en forma inconsciente, para ser cumplidos que luego, se asimilan y se hacen propias, convirtiéndolas en parte de la manera de pensar; y cuando éstas son transgredidas causan pérdida de autoestima y necesidad de reparación.

Una cosa es ser responsable de los actos haciéndose cargo de las decisiones y otra muy diferente responder a mandatos internos inconscientes sin emplear el discernimiento.

La culpa inconsciente limita las acciones, la libertad y el crecimiento y obliga a vivir en conflicto permanente, debatiéndose en un mar de dudas.

Los que viven pidiendo disculpas, sintiendo en el fondo que no se merecen lo que tienen, lo que son y ni siquiera estar vivos; que necesitan justificarse, dar explicaciones por todo lo que hacen y que se sienten responsables por todo y por todos; permanecen con la mochila a cuestas desde niños cargada de recriminaciones y reproches sin poder desprenderse de ella.

De esa manera sienten que están pagando por sus faltas, omisiones y errores y que si hubieran hecho lo que debían, que los otros pretendían que hicieran, la vida hubiera sido distinta y mejor para todos. 

Permitir que las conductas del pasado influyen en el comportamiento presente es permanecer siendo todavía un niño, atado a la voluntad de los demás, que cree que no tiene valor alguno porque no fue capaz de cumplir con las expectativas.

Freud decía que liberarse de las dependencias es el objetivo principal del psicoanálisis; o sea, ser capaz de estar parado sobre los propios pies sin muletas ocasionales.

Respetarse es tener autonomía, bastarse a si mismo, decidir por si mismo aunque se cometan errores y ser capaz de estar solo sin tener que tolerar las acusaciones y los reproches en cada acto de independencia.

Nunca se podrá devolver a los padres todo lo que hicieron por sus hijos, porque la tarea de padre o madre no implica exigencia alguna sino renuncia a favor de la felicidad de ese hijo.

La vida es la que llevará a esos hijos a cuidar a los suyos y esa será la mejor retribución para sus padres.

De los padres se recibe la influencia de su filosofía de la vida, el convencimiento irrefutable de que el dinero es malo, la idea de que tener riqueza es señal de deshonestidad y también que no es bueno ser ambicioso; y eso seguramente es lo que creerán sus hijos cuando sean adultos.

De esa manera no podrán disfrutar de lo que ganen ni estar orgullosos de sus logros, porque pensarán que mejor es llorar miserias y quejarse para no humillar a los desposeídos.

El afán de castigarse por sentirse en el fondo culpable de todo, conduce a elegir mal las parejas, a conformarse con un trabajo mediocre, a no intentar cosas nuevas, a estancarse y no crecer o mejorar; a no permitirse gratificación alguna, a sentirse incómodo con el éxito, a fracasar en todo, a tener una actitud derrotita, a sentirse aislado y no querido, a decir siempre que si para que los quieran y a sacrificarse sin necesidad.

Se pueden trascender todas estas limitaciones cambiando las creencias y utilizando el propio discernimiento para tomar desiciones, sin dejarse llevar por el hábito de las conductas aprendidas y atreviéndose a ser quienes son, a respetarse y a ser capaz de cumplir todos sus auténticos deseos y su destino.

Friday, November 30, 2012

Acoso escolar cibernético (kidshealth.org)


Los matones del colegio y las alumnas malintencionadas han existido desde siempre, pero la tecnología les ha ofrecido una nueva plataforma para actuar. En calidad de adultos, cada vez nos damos más cuenta de que la frase "a palabras necias, oídos sordos" ha dejado de ser cierta. Los insultos, sean reales o virtuales, pueden tener graves consecuencias emocionales en niños y adolescentes.

No siempre es fácil saber cómo y cuándo intervenir en calidad de padres. Para empezar, nuestros hijos tienden a utilizar la tecnología de una forma diferente a la nuestra. Los niños de hoy en día empiezan a jugar a juegos virtuales y a enviarse mensajes de texto (SMS) con sus móviles desde muy pronto y la mayoría de adolescentes disponen de teléfonos inteligentes que los mantienen conectados constantemente a Internet. Muchos están conectados a Facebook y participan en chats o se envían mensajes de texto durante todo el día. Hasta el hecho de enviar un correo electrónico o de dejar un mensaje de voz en un contestador automático les puede resultar de lo más anticuado. Su conocimiento del mundo digital puede resultar intimidador para un padre, pero si usted se involucra en el mundo virtual de su hijo del mismo modo que en su mundo real, podrá ayudar a protegerlo contra las múltiples amenazas de Internet y del mundo virtual.

Afortunadamente, nuestra creciente conciencia sobre el acoso escolar cibernético o "ciberacoso escolar" nos ha ayudado a aprender a prevenirlo. He aquí algunas recomendaciones sobre qué puede hacer si el acoso escolar se ha convertido en una parte de la vida de su hijo.

¿Qué es el acoso escolar cibernético?

El acoso escolar cibernético consiste en utilizar la tecnología para acosar, amenazar, avergonzar, intimidar o criticar a otra persona. Por definición, se produce entre niños y/o adolescentes. Cuando está implicado un adulto, se adapta a la definición de ciberacoso o ciberacecho, un delito que puede tener consecuencias legales e implicar condenas de cárcel.

A veces el acoso escolar cibernético es fácil de detectar; por ejemplo, su hijo le puede enseñar un mensaje de texto, un mensaje enviado a través de Twitter o una respuesta a una actualización de Facebook que sea violento, cruel o claramente malintencionado. Hay otras formas de acoso que son menos evidentes, como suplantar a alguien a través de Internet o colgar información personal, fotos o vídeos para avergonzar o herir a otras personas. Algunos niños informan de que se pueden crear cuentas, páginas web, o nombres de usuario falsos con la única intención de acosar y acechar a supuestas víctimas.

El ciberacoso escolar también puede ocurrir de forma completamente accidental. El carácter impersonal de los mensajes de texto (MSM), los mensajes instantáneo (MI) y los correos electrónicos puede dificultar la identificación del tono de quien los escribe: un chiste para una persona puede ser un insulto demoledor para otra. De todos modos, cuando se detecta un patrón repetido en una serie de correos electrónicos, mensajes de texto o comentarios publicados en Internet es muy raro que se trate de algo accidental.

Una encuesta realizada en EE.UU. en el año 2006 por la organización, Fight Crime: Invest in Kids (Lucha contra el delito: invierta en los niños), reveló que uno de cada tres adolescentes y uno de cada seis preadolescentes habían sido víctimas del acoso escolar cibernético. Conforme más y más niños vayan accediendo a los ordenadores y los teléfonos móviles, lo más probable que la incidencia del ciberacoso escolar se incremente.

Efectos del acoso escolar cibernético

El acoso escolar ha dejado de limitarse al patio de la escuela y los callejones y ahora puede ocurrir tanto en casa como en la escuela y prácticamente durante las 24 horas del día. Mientras los niños puedan acceder a un teléfono, un ordenador u otro dispositivo informático (como un Tablet), se exponen a ese riesgo.

El acoso cibernético extremo o de carácter crónico puede exponer a las víctimas a un mayor riesgo de desarrollar ansiedad, depresión u otros trastornos relacionados con el estrés. En algunos casos sumamente infrecuentes, pero sobre los que se ha escrito mucho, algunos niños han acabado recurriendo al suicidio.

El castigo de los acosadores escolares cibernético puede incluir la expulsión del centro de estudios o del equipo deportivo. Ciertos tipos de ciberacoso también pueden infringir las normas del centro de estudios o incluso las leyes contra el acoso sexual o contra la discriminación.

Signos del acoso escolar cibernético

Muchos niños y adolescentes que son víctimas del acoso cibernético se resisten a decírselo a sus profesores o padres, a menudo porque se avergüenzan del estigma social que conlleva o porque temen que les retiren el privilegio de utilizar el ordenador en casa.

Los signos de que un niño puede estar recibiendo acoso cibernético varían bastante, aunque hay algunos aspectos en los que se deberían fijar los padres:
  • muestras de angustia emocional mientras el niño utiliza Internet o el teléfono o después de utilizarlos
  • mantener en secreto su vida digital
  • mantenerse apartado de sus amistades y actividades sociales
  • evitar la escuela o las reuniones grupales
  • sacar peores notas y tener ataques de rabia en casa
  • presentar cambios de humor, de comportamiento, de sueño o de apetito

Cómo pueden ayudar los padres

Si averigua que su hijo está siendo víctima del acoso cibernético, hable con él sobre cualquier experiencia similar que usted tuvo cuando era niño. Esto le puede ayudar a no sentirse tan solo. Dígale a su hijo que no es culpa suya y que el acoso dice mucho más sobre el acosador que sobre la víctima. Hablar con los profesores o con el director de la escuela también puede ayudar pero, antes de dar ese paso, permita que su hijo le dé las claves necesarias.

Muchos centros de enseñanza, distritos escolares y centros de actividades extraescolares han establecido protocolos para responder al acoso cibernético; estos protocolos pueden variar entre los distintos distritos y estados. Pero, antes de informar sobre el problema, dígale a su hijo lo que piensa hacer, ya que podrían preocuparle los "cotilleos" y preferir que se resuelva el problema protegiendo su intimidad.
Otras posibles medidas a adoptar son las siguientes:
  • Bloquear al acosador. La mayoría de aparatos electrónicos e informáticos disponen de funciones que permiten bloquear electrónicamente correos electrónicos, SMS e IM procedentes de personas concretas.
  • Limitar el acceso a la tecnología. Por mucho que les duela, muchos niños y chicos que son víctimas del acoso cibernético no pueden resistir a la tentación de entrar en los sitios web o mirar el teléfono para comprobar si han recibido mensajes nuevos. Mantenga el ordenador en un espacio público de la casa (nada de portátiles en la habitación de los niños, por ejemplo) y límite el uso de los móviles y los juegos digitales. Algunas compañías ofrecen la posibilidad de desconectar el servicio de mensajes de texto durante ciertas horas. Y la mayoría de sitios de Internet y de teléfonos permiten instalar controles que permiten a los padres acceder los mensajes de sus hijos y a su vida digital.
  • Conocer el mundo de Internet de su hijo. Compruebe lo que su hijo publica en Internet y las páginas web que visita, y sea consciente de la forma en que pasa el tiempo cuando se conecta a Internet. Hable con él sobre la importancia de la intimidad y sobre por qué no es conveniente compartir información personal en Internet, ni siquiera con sus amigos. Recalque la importancia de guardar de forma segura sus claves de acceso o contraseñas. Establezca acuerdos consensuados con su hijo sobre el uso del teléfono móvil y de las redes sociales que esté dispuesto a cumplir.
  • Informarse en Internet de recursos e información de apoyo sobre el acoso informático.
Si su hijo está de acuerdo, puede acordar una mediación con un terapeuta u orientador escolar que puede trabajar con su hijo y/o con el acosador.

Si el acosador es su hijo

Enterarse de que su hijo es quien está actuando de forma inapropiada puede suponer para usted un gran disgusto y una enorme desilusión. Es importante afrontar el problema de cara en vez de esperar a que desparezca por sí solo.

Hable a su hijo con firmeza sobre su comportamiento y explíquele el efecto negativo que puede tener sobre los demás. Gastar bromas y tomar un poco el pelo a la gente puede parecer divertido, pero es algo que puede herir los sentimientos de la gente y generar problemas. El acoso, independientemente del modo en que se haga, es algo inaceptable; dígale que si prosigue con el acoso, su comportamiento podría acarrearle graves consecuencias (a veces irrevocables) en casa, el centro de estudios y la sociedad.

Recuerde a su hijo que usar móviles y ordenadores es un privilegio. A veces ayuda restringir el uso de estos aparatos hasta que mejore el comportamiento. Si considera que su hijo debe disponer de un teléfono móvil por cuestiones de seguridad, asegúrese de que el teléfono puede utilizarse solamente en casos de emergencia. Si su hijo tiene antecedentes de tomar decisiones impulsivas mientras está conectado, insista en instalar estrictos controles parentales en todos los dispositivos que utiliza.

Para llegar al fondo de la cuestión, a veces puede resultar útil hablar con los profesores, orientadores escolares y otro tipo de personal del centro de estudios de su hijo para identificar situaciones que pueden haber conducido a que se haya convertido en acosador. Si su hijo tiene problemas para controlar el enfado, hable con un terapeuta para que le enseñe estrategias para afrontar el enfado, la ira, el dolor, la frustración y otras emociones intensas de una forma saludable.

Los terapeutas profesionales pueden enseñar a los niños a manejar sus sentimientos y a mejorar su confianza en sí mismos y sus habilidades sociales, lo que a su vez puede reducir el riesgo de implicarse en conductas de acoso. Si usted es un experto en tecnología, haga de modelo a su hijo para enseñarle a entender las ventajas y los riegos de la vida en el mundo digital.

Revisado por: Michelle New, PhD
Fecha de revisión: enero de 2012

Sunday, September 16, 2012

Escuchar a los adolescentes (laguia2000.com)


Todos los padres se preocupan por sus hijos adolescentes cuando comienzan a perder el control sobre ellos y tienen miedo de los muchos peligros que los acechan y porque quieren lo mejor para ellos.

Sin embargo, a veces algunos padres se vuelven contradictorios, ponen trabas a la comunicación con la excusa de estar muy ocupados o mostrando intolerancia y parecen preferir no saber la verdad que no pueden entender, ahondando la brecha generacional y haciendo imposible el diálogo.

Es más fácil pretender que todo está bien, que tener una confrontación o un conflicto. También es difícil escuchar lo que no se está dispuesto a tolerar ni cumplir la obligación de poner límites, con el pretexto de que todos a su edad están haciendo lo mismo. 

De esta manera se elude el propio juicio crítico, pero aunque todo esto no sea nada fácil, los hijos necesitan conocer los valores y la forma de pensar que tienen sus padres.

Los padres están llenos de culpa, culpa por no estar el tiempo suficiente con los hijos, por no tener deseos de escucharlos, por creer que no ganan lo suficiente para darles lo que quieren, por no tenerles paciencia, por querer imponerles su voluntad y hasta casi por no conocerlos.

Temen que si les ponen límites y se tornan muy severos, sus hijos no los amarán y perderán su afecto.

Los padres tienen que recuperar su autoridad y ejercer su rol de padres porque es lo que sus hijos necesitan y están pidiendo a gritos.

Algunos padres tienen el falso pudor de tener intimidad con sus hijos, eluden temas que los adolescentes desean hablar con ellos pero que no se atreven a formular porque se dan cuenta que a sus padres les incomoda oír y no van a ser escuchados.

Es así que los adolescentes tienen que pasar una etapa de su vida plena de interrogantes sin poder recibir respuesta alguna de fuentes dignas de respeto y se tiene que contentar con los grotescos relatos de las experiencias de sus pares que representan una caricatura de la verdad porque transforman las cosas naturales en patéticos fracasos.

Sin embargo, tratar de establecer comunicación con un adolescente puede ser una experiencia grata, hacer revivir en los padres la llama del entusiasmo por la vida y permitirles conectarse con él a un nivel más profundo, que puede fortalecer el vínculo.

Estar disponibles, aprendiendo a postergar los asuntos propios y dándole prioridad a los problemas de los hijos, es la regla número uno; porque es importante prestarles atención cuando ellos quieren y no cuando los padres creen que es oportuno. Hay que tener en cuenta que una de las características del adolescente es no tener conciencia del tiempo y que puede considerar adecuado para hablar, justo el momento en que los padres están más ocupados.

Ellos no pueden programar con anticipación, por lo que es importante estar atentos a las señales que pueden estar indicando que están dispuestos a hablar, y dejar todo para escucharlos.

Escuchar no es interrumpir a cada rato para dar un consejo transmitiendo con esa actitud que están molestos por su proceder o por su forma de pensar, sino que significa estar atento para que también él se escuche y pueda encontrar la solución de sus problemas él mismo sabiendo que hay alguien que lo apoya y que lo hace sentir más seguro; porque el respeto y la confianza en los hijos siempre será más útil que el más inteligente de los consejos.

A veces, los adolescentes comienzan a hablar con sus padres de cosas que pueden parecerles triviales, pero este es un recurso que muchos jóvenes utilizan para atreverse luego a intentar hablar de las cosas más serias que les preocupan.

Pasar tiempo con los hijos adolescentes haciendo lo que a ellos les gusta es una forma de divertirse y también la oportunidad para alentarlos a hablar de sus sentimientos más profundos.

Es común que en esas charlas, los adolescentes culpen a los padres de sus problemas pero no hay que pensar que lo que puedan decir sea realmente lo que sienten, porque puede ser una forma de descargar la ira, que no los deja usar su inteligencia.

Fuente: “Sophia”; “Con los adolescentes ¿quién se anima?; Juan Pablo Berra.
http://psicologia.laguia2000.com/la-adolescencia/escuchar-a-los-adolescentes 
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