Estudios científicos muestran que la biología y la cultura
interactúan y crean hábitos alimenticios, porque la especie humana se
rige por influencias culturales a la hora de elegir alimentos y luego
crea un hábito no necesariamente saludable.
Sin embargo, también participan en esta elección nutricional,
factores genéticos de índole evolutivos debido a los cambios que se
producen de generación en generación.
La evolución de la dieta se puede explicar a partir de la teoría evolucionista de Darwin.
Se acepta que el hombre primitivo evolucionó en forma gradual en
África, pasando a ser de recolector a cazador, debido a la necesidad de
adaptarse al medio. Sin embargo, esta postura se ha ido modificando con
el tiempo y desde los años setenta se cree que la evolución biológica y
cultural son dos fenómenos que se interrelacionan en forma compleja.
Los fenómenos evolutivos que surgen de la interacción entre factores
genéticos y culturales, los estudia la “coevolución genético-cultural”,
una especialidad de la genética de poblaciones.
Modelos matemáticos de esta ciencia muestran que la cultura puede
generar fuertes presiones selectivas y crear nuevos mecanismos que se
relacionan a veces con la cooperación humana. Las preferencias
culturales por determinados alimentos pueden producir cambios genéticos
que favorecen al mismo tiempo un mayor aprovechamiento de los recursos.
Por ejemplo, la tolerancia humana a la lactosa suele ser mayor en
países que tienen alta producción lechera; y la era agrícola ganadera
incrementó el consumo de carbohidratos, provocando la consecuente
modificación genética.
La postura erguida del hombre, el desarrollo de las relaciones
sociales, la fabricación de utensilios y herramientas, el aumento de la
talla corporal y los cambios en la alimentación, fueron un conjunto de
factores de adaptación que favoreció la supervivencia de la especie.
Los imperativos biológicos modelan la cultura y las condiciones
biológicas cambian en función a la cultura. La información cultural se
transmite por medio del aprendizaje y es un factor importante en la
dieta.
La creación de útiles filosos contribuyó al cambio en la
alimentación, permitiendo al hombre penetrar el cuero de los animales y
romper huesos para acceder a una mayor cantidad de tejidos.
Mientras los monos continuaban con su alimentación vegetariana los
homínidos ampliaron su dieta y esta diferencia parece haber sido crucial
en la evolución humana.
Los yacimientos arqueológicos revelan información valiosa sobre la
fauna, los útiles de que disponía el hombre primitivo y los territorios
que ocupaban, todos factores que se vinculan con la dieta.
Los cambios en la alimentación aumentaron el tamaño y modificaron el
cuerpo del hombre, condiciones que le permiten tolerar mayor cantidad y
calidad de alimentos y promover una mayor adaptación a climas más fríos.
La dieta también se relaciona con el aumento del tamaño cerebral,
principalmente la del homo erectus, que contenía más carne que la de
otros homínidos, permitiéndole mantener los ácidos grasos necesarios
para sustentar la evolución de su cerebro.
El cambio cultural correspondiente a la producción de leche, además
de elevar la tolerancia humana a la lactosa, dio como resultado rebaños
con mayor tamaño y variedad genética que producen más leche.
Pero la gran expansión de nuestra especie por todos los continentes coincide con el control del fuego.
En el futuro, el riesgo de sufrir diabetes Tipo 2 parece ser el
próximo objetivo de la selección natural humana; y es probable que más
adelante, nuevos estudios revelen que la comida rápida ha producido un
cambio genético, ya que su consumo se ha generalizado en casi todo el
mundo.
Fuente: Investigación Científica, Olli Arjamaa y Timo Vuorisalo.